n ese estado de delirio electoral permanente en que está instalada la acción política española desde 2015, toca llamada a las urnas de nuevo, ahora autonómicas en la CAV y Galicia. No parece, en todo caso, que vayan a ser unas elecciones con grandes sorpresas. Las encuestas coinciden en ambos casos: tanto el lehendakari Urkullu como Núñez Feijóo repetirán triunfo y continuarán al frente de ambos territorios. Además, auguran victorias con holgura y mayor número de escaños para el PNV en la CAV y también para su socio de Gobierno en Vitoria, el PSE. Ambos partidos sumarían una clara mayoría absoluta -ahora les falta un escaño- y todo indica que esa coalición de gobierno repetirá otros cuatro años. También el PP lograría una victoria clara en Galicia con mayoría absoluta. No parece tampoco que una posible alianza entre los socialistas gallegos, Podemos y los nacionalistas del BNG vayan a desbancar a Feijóo. Ni que en la CAV una fórmula alternativa entre EH Bildu -que también consolida su segunda posición- con el PSE y Podemos pueda cuajar como realidad política. Ni aunque los números en escaños dieran esa posibilidad. Es cierto que las encuestas necesitan ser luego ratificadas por las papeletas de los ciudadanos una vez abiertas las urnas y, en ese sentido, lo que vale realmente es el recuento no las proyecciones demoscópicas. Pero de las encuestas se deducen intenciones y, sobre todo, el estado de la opinión pública, las prioridades y valoraciones de los electores sobre la política, tanto sobre la gestión de los candidatos como de sus propuestas y discursos. Y resulta evidente que la acción de gobierno del Ejecutivo de Urkullu, la gestión de la pandemia de la covid-19 y las prioridades de sus discursos políticos tienen ahora más valor para la sociedad que otros discursos y posiciones con planteamientos de cambio y nuevas políticas. Y lo mismo ocurre con Feijóo, que gana claramente a las posiciones del PP de Casado, de cuyo discurso de confrontación y exaltación ha procurado alejarse en todo momento y a quien ha dejado fuera, sin cortarse un pelo, de su campaña en Galicia. Intuyo que, una vez más, el 12-J hará realidad el valor de la vieja consigna jesuita de en tiempo de crisis no hacer mudanza. Y, ya de paso, no sé quien ganará el Congreso de UPN de este domingo, si Esparza o Sayas. Supongo que Esparza parte con toda la ventaja, o eso parece al menos, pero no es la primera vez que la militancia de UPN vota en sentido contrario a la postura oficial de la dirección o en contra de lo que se daba por hecho y seguro. En realidad, Esparza y Sayas comparten discurso y estrategia y gane uno u otro no parece que la deriva extremista hacia la derecha actual de UPN -con palabras y tonos muy similares a la ultraderecha de Vox tanto en Navarra como en Madrid- y su política de alianzas con el PP y Ciudadanos vayan a cambiar gane quien gane. Y ése es precisamente el problema de UPN: que se ha instalado en un discurso de queja y bronca constantes que le aleja de las posiciones de diálogo y más tranquilas y constructivas que comparte la mayoría de la sociedad navarra. Si UPN quiere llegar de nuevo al poder tiene que cambiar muchas más cosas que un nombre. Y necesita más que un simple congreso de cargos y nombres para ello. Porque no veo a Esparza ni a Sayas en la presidencia del Gobierno de Navarra ni a corto ni a medio plazo.