l lunes se envolvieron en las banderas para escenificar una tregua y ayer viernes saltó por los aires. Cierto que el Gobierno central debe respetar la descentralización competencial incluso en materia de salud pública, pero el Ejecutivo madrileño desoye las sugerencias ministeriales en su pretensión de seguir utilizando esta pandemia letal como munición política. Una obscena guerra partidista en la que los muertos los pone la ciudadanía mientras Ayuso se resiste a generalizar la limitación de movimientos porque Sánchez quiere arruinar Madrid, toma simpleza. Y, ojo, esa es la gobernanza estúpida que Casado reivindica para sí de alcanzar la Moncloa. Luego, justo después en cuanto a incidencia acumulada de la covid, está Navarra, encomendada al acto de fe de que la prórroga de las restricciones vigentes obre el milagro de revertir la impactante curva de contagios. El Gobierno foral no acierta a explicar qué ocurre y el recurso desesperado a la Policía evidencia el desconcierto, pero se echa en falta mucha más responsabilidad tanto individual como colectiva y sobran algunas distorsiones institucionales. Como que el consistorio pamplonés apelase en Twitter a participar en el juevintxo casi al mismo tiempo que Esparza exigía la dimisión de la consejera Induráin, cuando es momento de mensajes claros y coherentes, bajo un liderazgo sólido y compartido. La movida madrileña constituye la prueba fehaciente de que no hay antídoto contra tanto impresentable, ni vacuna para la imbecilidad.