iene mucho más de cabezonería política que de necesidad social. El sonsonete de impulsar las obras de construcción de la nueva red de ferrocarril de altas prestaciones en Navarra a costa de lo que sea. Ni siquiera es ya una cuestión de peso político entre las inquietudes y necesidades de la sociedad navarra. Más aún en esta nueva situación de crisis sanitaria, socioeconómica y de pérdida de ingresos fiscales. Ese tren es responsabilidad financiera del Estado y no parece que, por mucho que haya altavoces empeñados en mantener en la agenda este debate, vaya a cumplir tampoco ahora -lleva 30 años de retraso en ello- sus obligaciones para modernizar las redes ferroviarias con Navarra. Es importante que Navarra no quede excluida de la conexión ferroviaria con la red europea, pero también lo es que esa gran infraestructura y, sobre todo, sus altos costes de ejecución, se adecuen a la realidad económica y presupuestaria. Las prioridades son ahora otras mucho más humanas y colectivas. Las pugnas entre PP y PSOE han tenido en este asunto a Navarra como escenario de juego y han retrasado el proyecto durante décadas. Y visto el resultado social y económico de ese modelo de tren en otros territorios quizá ni haya sido tan malo ese retraso. Pretender ahora echar mano de los Fondos Europeos para la Reactivación no parece una idea adecuada a los objetivos de los mismos y los puede acabar poniendo en riesgo incluso. Al contrario, ahora, en plena crisis, sería bueno reflexionar sobre la capacidad real de afrontar ese coste y si las consecuencias de priorizar ese gasto supondrán nuevos recortes en la dotación presupuestaria de servicios públicos básicos como la educación, la sanidad, la atención social o la dependencia. Sería bueno repensar también el diseño de la construcción de los tramos, porque no parece eficiente que si el objetivo principal es la conexión con Europa, las obras hayan comenzado en Cadreita y se ejecuten -apenas unas decenas de kilómetros en esos 30 años- hacia ningún destino claro, cuando aún ni siquiera está acordada la conexión con la Y vasca. Ni los plazos del tramo entre Zaragoza y Castejón, ni está clara aún la ubicación de una estación en Tudela, ni la financiación de una futura Estación de Pamplona-Iruña. Y ya se sabe con certeza que esa vía no servirá para el transporte de mercancías, otro de los argumentos estrella de sus defensores. El coste, los objetivos, la necesidad, incluso la prioridad de los diferentes tramos del corredor navarro hasta su conexión con la red europea de ferrocarril están, por supuesto de forma legítima, en cuestión, como lo demuestran las dudas que aún persisten en una parte de la sociedad navarra. El TAV es un tren que resulta caro para la Administración y para los usuarios, que ya tienen una referencia con los trenes Alvia a Madrid y Barcelona. Navarra es una comunidad con amplias carencias en el tejido ferroviario pese a sus inicios pioneros. Llegados a este punto, habría que repensar igualmente la necesidad de una red de trenes de cercanías permeable, que conecte con los domicilios, los lugares de trabajo o de ocio de la mayoría de la ciudadanía navarra y de los territorios limítrofes. Se trata de garantizar una conexión ferroviaria efectiva con Europa pensando de nuevo el proyecto original diseñado en las condiciones económicas, financieras, sociales, empresariales y políticas de hace 30 años.