dmito que no tengo el criterio suficiente para poder afirmar con certeza si las medidas y restricciones que ha adoptado Navarra en las últimas semanas son las adecuadas o no, si han sido precipitadas o han llegado tarde, o si son suficientes o insuficientes, etcétera. Hay ya un montón de gente opinando con verdades absolutas sobre todo ello. Tampoco para posicionarme con rotundidad sobre la decisión de clausurar durante 15 días toda la hostelería de Navarra. No digo que la decisión sea injusta, porque no tengo la información objetiva suficiente, pero sí me parece injusto situar el foco únicamente en el sector hostelero. Como fue injusto antes centrarlo en los más jóvenes solo. Quizá los datos ratifiquen la necesidad de ese paso, pero he visto siempre cumplir a rajatabla las medidas a las que estaban sometidos. Es mi experiencia y mi percepción personal. Y seguro que ha habido excepciones. Pero el origen de los casos, según las informaciones publicadas, es mayoritario en reuniones familiares, en eventos sociales -comuniones y bodas han sido un nicho desastroso de contactos las últimas semanas-, en botellones, en juergas universitarias, en huertas, en unifamiliares, etcétera. También está claro que la sucesión de medidas en apenas 10 días y en algunos casos la adopción de prohibiciones que han terminado en simples recomendaciones por errores y temores jurídicos muestran cuando menos poca pausa en la toma de decisiones. La primera obligación de la política es buscar soluciones a los problemas de la sociedad, pero la tranquilidad y la reflexión son la clave de la buena gestión política y de la toma de las decisiones adecuadas. Las prisas, la cesión a las presiones políticas y la sumisión a las necesidades de la propaganda mediática son el camino contrario. Creo que en uno de esos tres caminos -o en los tres- este Gobierno se ha enredado. Pero, en todo caso, el origen real y social de la ola actual de coronavirus está en el incumplimiento individual de los deberes de responsabilidad que también conllevaban para cada uno de nosotros las medidas previas a las que comienzan hoy. Si es necesario cerrar los bares, más necesario es aún asumir esa responsabilidad cívica individual y colectiva. Es ahí donde más hemos fallado. La ocurrencia del populismo político de la no fiestas fue la primera excusa para que el descuido y la una falsa normalidad forzada se impusieran a la precaución y la responsabilidad. Y no podemos descartar siquiera que estas sean las últimas medidas que afecten a nuestra convivencia social, familiar o laboral. La aprobación de un toque de queda está sobre la mesa, tanto en Europa como en el Estado. Parece un intento desesperado de tratar de evitar un nuevo confinamiento generalizado. Porque la crisis sanitaria estará con nosotros unos cuantos meses aún. Sigo pensando que lo prioritario es la defensa de la sanidad, porque es la mejor garantía social, económica y laboral de la defensa de la comunidad por encima de los intereses individuales, grupales o políticos. Sin una sanidad garantista y eficaz no hay comunidad y sin una comunidad activa tampoco hay economía. El orden de prioridades está claro.