o tengo claro cuando escribo estas letras quién será finalmente el ganador de las elecciones presidenciales de EEUU. Por si acaso adelanto que mi opción es Biden. Con la boca pequeña, pero Biden. Aunque quizá ni se sepa mañana. Trump lleva meses anunciando su intención de no reconocer una posible derrota y se muestra dispuesto a atrincherarse en la Casa Blanca si el resultado no le es favorable. Son los ya famosos alternative facts, hechos alternativos, con los que Trump pretende fundamentar su delirio político, ideológico y de gestión. Incluso cuestionando desde la base la credibilidad de todo el sistema democrático de EEUU. Quiero que gane Biden, no tanto porque confíe en él, sino porque Trump ha confirmado estos cuatro años como presidente de EEUU ser un tipo peligroso. Muy peligroso. Millones de personas ya han sido víctimas suyas. Directas o indirectas de sus decisiones. En eso está desde el primer minuto de su mandato. Ya sea su discurso contra el cambio climático y las políticas de protección medioambiental, ya su descarnado mensaje de odio racista permanente, ya su alocada política internacional, ya la justificación de la tortura y su apuesta por la vulneración de los derechos humanos para proteger intereses económicos, multinacionales, financieros, etcétera, ya su batalla contra la prensa libre y la libertad de información, ya sus erráticas y contradictorias propuestas proteccionistas, ya sus aranceles a aquellos países que no le gustan, ya sea el desmontaje basto de los anclajes democráticos mínimos... Sin ideología propia, su propuesta política ha mezclado de forma caótica tópicos de la derecha más ultraconservadora con posiciones económicas sin orden ni concierto. Todo augura, en caso de continuar cuatro años, un futuro cercano todavía más incierto e imprevisible en sus consecuencias. Sustituir un orden económico y político decadente como el actual por un desorden construido sobre la suma de absurdos y cambios de estado de ánimo y de opiniones contradictorias no parece un camino interesante. Por todo ello, espero que sea Biden quien llegue a la Casa Blanca. No imagino grandes cambios sobre lo que ya fueron sus anodinas vicepresidencias con Obama, pero me conformo con que el Imperio, que ya muestra cada vez más luminosas señales de agotamiento ante el cambio de las relaciones económicas internacionales -con China y Rusia como emergentes mi desconfianza es si cabe aún mayor-, recupere valores de la democracia. No soy un iluso, como tampoco lo fui con Obama, y la política estadounidense da para lo que da. Pero quizá mejor un soso precavido que un loco peligroso al que los principios le sirven para una cosa y para la contraria. Y, sobre todo, para limpiarse cada mañana el culo. Soy de los que piensa que en esas urnas se juega buena parte de la democracia, o lo que queda de ella, en el mundo. Ya acosada duramente.