unque resulte difícil de creer en pleno siglo XXI, la apología del golpismo y del pronunciamiento militar sigue siendo una realidad. 40 años después, siguen ahí los reductos más ferozmente ramplones del trasnochado nacionalcatolicismo franquista. Aún ocupan puestos de relevancia en ámbitos clave: la jerarquía católica, la judicatura o el ejército. Ahora, sendas cartas de varios ex altos mandos del Ejército. En una reclaman a Felipe VI actuar contra el Gobierno democrático y legítimo de Sánchez. Ha respondido, de momento, con el silencio. Un silencio que no sé si otorga o desprecia. Uno de ellos, un tal Francisco Beca Casanova, que aunque ya retirado alcanzó el rango de general del Ejército del Aire, incluso alardeó de su disposición al fusilamiento de 26 millones de ciudadanos. La amenaza en esta ocasión es terrible. Un nuevo acto de indisciplina chusquera contra la legitimidad democrática. Pero Ana Beltrán no sabe si está de acuerdo o en desacuerdo con la amenaza de fusilar a 26 millones. Lo de siempre, se suprimen la democracia y las libertades civiles y políticas y se coloca a un nuevo salvapatrias que asegure la permanencia en el tiempo de la idea imperial y uniforme de una España que sólo existe en sus mentes. Su idea de patria excluyente, impositiva y casposa. Acongoja pensar que lo que ha dicho este general es lo que piensan muchos otros, pero se lo callan. En realidad, la idea no es nueva. Fue la misma que utilizó Franco para emprender la carnicería civil y el genocidio de 1936. Es el ejemplo transparente de que aún hoy hay sectores influyentes de la sociedad española para los que la democracia es sólo un accidente con el que se puede convivir sólo en la medida que no moleste. Si la idea es ejercitar la democracia, se convierte en un problema. Y es mejor erradicar el problema que permitir a los ciudadanos decidir libremente. El viejo ruido de sables tan castizo como el botijo. Se le ha tratado de restar importancia por tratarse de un chat de WhatsApp o de estar protagonizado por altos mandos que ya están fuera del Ejército y no representan a las Fuerzas Armadas. Pero es intolerable y preocupante la vigencia en capas del estamento militarista español del viejo apego al pronunciamiento para poner las cosas en su sitio. Y más aún que ultras así hayan alcanzado puestos de relevancia en el escalafón militar con el sistema democrático. Tampoco es responsabilidad solo del auge del discurso de la extrema derecha de Vox. Ese discurso tiene el acompañamiento también de las derechas, tanto el PP y Ciudadanos como Navarra Suma. Todos ellos han conformado un discurso en el que la política se ha convertido en un melodrama permanente de muy baja calidad. En Navarra, Esparza, y Navarra Suma ahora, llevan cinco años acusando al Gobierno, antes con Barkos y ahora con Chivite, de traicionar a Navarra cada día. En Madrid, la monserga que se repite un día sí y otro también es la de la traición a España. Y ese es el caldo de cultivo político e ideológico que azuza estas bravuconadas graves y peligrosas. En democracia, se exige a los militares y a otros poderes que reconozcan la máxima autoridad del poder civil y sus opiniones no pueden suponer un amenazante intento de imposición ideológica a la sociedad. La libre voluntad democrática de los ciudadanos no puede estar sometida al prejuicio de fanáticos. Eso sí, muy recio y muy patriótico todo. Terrible.