uizá parezca que abordo esta semana con optimismo. Tampoco es eso. La realidad es más bien sombría ya nada más comenzar este 2021 después de un 2020 en el que de improviso todo cambió. Lo que ya iba mal a peor y lo que no iba tan mal a mal. Sé que muchas personas -hablo de lo cercano, amigos, familiares, vecinos, compañeros y compañeras de trabajo...- tienen pocos motivos para ver este día a día con optimismo. Y tampoco tengo idea alguna de qué nos depararán los meses que vienen por delante de este nuevo año. Ya estamos inmersos en este 2021. Solo por eso somos afortunados y afortunadas de estrenar un nuevo año. Otros se fueron en un triste 2020. Pero es curioso: han desaparecido las echadoras de cartas, astrólogos, videntes, adivinadores y brujos africanos habituales de esta época. Los han cambiado por los gurús de la macroeconomía, los voceros de la crisis que seguirá aquí, los portavoces de la bronca política permanente como única forma de entender la política. Más que optimista, estoy harto de esas predicciones negativas, acongojantes, que auguran otro año de oscuridad. Es verdad que millones de personas no tienen motivo alguno para mirar hacia 2021 con optimismo. No se trata de eso. Se trata de que esos malos augurios no tienen más garantía de ser creíbles que los de cualquier otra predicción. La única garantía de cumplirse es que los mismos que los auguran los impongan. Nadie adivina el futuro. No tiene sentido perder el tiempo en ello. Marzo de 2020 es la prueba. Como los discursos políticos empeñados en una comunidad como la nuestra por mostrar una visión apocalíptica de una realidad social que afortunadamente está muy lejos de serlo. Más aún, la presunta seriedad con que asumen ese cometido inútil tras años de fracaso. Ni aciertan en Navarra ni acertaron sobre la llegada de la anterior crisis financiera en 2008 y 2011, ni sobre su duración, ni sobre sus desastrosas consecuencias humanas. Tampoco de esta crisis sanitaria y todas sus consecuencias. Pero siguen empeñados en ello, diseñándonos un panorama de futuro que ampara esa necesidad social de miedo general para afrontar también este 2021. Decía Iñaki Gabilondo el domingo en DIARIO DE NOTICIAS que espera que esta vez "la sociedad ya no acepte el juego de regateos y recortes que el neoliberalismo pone en marcha permanentemente". Yo también. Ese es el discurso oficial de la llamada a la resignación ante un panorama socioeconómico que auguran duro e inevitable. Para la mayoría de los ciudadanos. No para ellos, que seguirán recogiendo cientos de millones de euros de beneficios en la economía especulativa. Es mejor intentar poner algo de nuestra parte, aunque sea solo un poco de optimismo de un lunes cualquiera. Porque en el incumplimiento de esas predicciones está en juego la democracia, la igualdad de oportunidades y la justicia social. Nada menos.