s quizá, camino de un año de pandemia de coronavirus que llegó más o menos de improviso, dejar de pensar, de debatir y de sumar y restar números. No sé, un poco de aire. También es posible que no. No hablo de normalidad, que no toca ni ahora ni en un tiempo, sino de aceptar lo que nos toca vivir, apostando por sumar entre todos en positivo en conjunto, si eso ya es posible a estas alturas, que creo que cada vez menos viendo y sintiendo cómo se acumulan cansancio, problemas y dudas crecientes, para que esto no se convierta en una camino para el follón político, para cambiar de nuevo por la puerta de atrás aún más las reglas básicas del tablero de juego democrático, para que otra vez los que más tienen aprovechen para ganar aún más a costa de todos los demás y para que defendamos un modelo de solidaridad y convivencia para las nuevas generaciones. Si todo cansa, cansa aún más, o al menos a mí, el juego sucio político, de llamar la atención para intentar ganar relevancia mediática mientras mueren cada día personas de coronavirus, de cáncer, de hambre o de falta de agua... Abruman las estadísticas diarias, los datos que suben y bajan del coronavirus -una transparencia que tiene más de caótica que de información-, pero también abruma el cierre de empresas, los despidos colectivos, la misma precariedad que antes de la covid-19, el futuro de los jóvenes y de quienes ya de mayores son expulsados del trabajo. Y eso que vivimos en una parte del planeta Tierra donde las cosas también están jodidas, pero mucho menos jodidas que para el más o menos 90% de las personas que están detrás nuestra en la cola de la desigualdad y miseria humana. Y abruma que entre todo ello, esfuerzo sanitario, dedicación profesional, incertidumbre laboral y empresarial, aportación de miles de millones de recursos económicos comunes, inquietud familiar y social... la política, la mala política, siga instalada en el bucle de siempre. Resulta aún más descorazonador. Que los Sanfermines y todo lo que rodea al ambiente festivo de cada año -no fue, claro, en 2020- a las fiestas populares de verano sea ahora arma arrojadiza política es simplemente una mierda. En el limbo ese político en el que deambulan algunos políticos -afortunadamente los menos- andan discutiendo quién decide qué sobre los Sanfermines de 2021 que no se celebrarán como tales Sanfermines. Que si grandes festejos taurinos con público limitado en Pamplona dice Maya, pero no encierro de Iruña, que si encierros populares en los pueblos que valora el departamento del vicepresidente Remírez... Da igual el argumento, el tema es dar la nota en los medios. En mi caso, tengo todas las ganas de volver a repasar un cartel de la Feria del Toro de Iruña -la última realmente del Toro, pese a la cesión al laboratorio festivalero para la gente normal que se acerca a la Monumental como si fuera de romería y zampa-, con todas las garantías, unos días será en sombra y otros en sol, como casi toda la vida. Y ver en directo y repasar luego los encierros de cada día. O disfrutar de las fiestas de Lerín con las vacas de arriba a abajo y vuelta. Pero estas escenificaciones absurdas no son de recibo con la que está cayendo a los ciudadanos de a pie. Ayudas y apoyo al sector todas y todo. Cómo echo en falta al eterno Carlos Polite para que escribiera desde el alma de esta última pantomima a costa de la Tauromaquia.