Un total de 102 personas, de ellas ocho mujeres y un bebé fueron rescatados ayer por el buque Aita Mari, de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario. Inmigrantes a la deriva en el Mediterráneo Central, la mayoría de origen somalí, también de Eritrea, Sudán, El Chad, Marruecos o Egipto. La pequeña Maida viajaba con sus padres, relataba ayer nuestro compañero, el fotoperiodista Unai Beroiz, empotrado en este buque de salvamento junto con otros trece voluntarios que vivieron en primera línea el drama de miles de africanos que huyen de esa África hambrienta donde las inundaciones, los conflictos armados, las plagas y sequías, sin hablar de la propagación del coronavirus, hacen que la mayoría de los niños no sepan lo que es vivir en un lugar pacífico. Décadas de conflictos que les empujan a lanzarse al mar en pateras abarrotadas en las que no nos montaríamos ni en la peor de nuestras pesadillas. Imagino el viaje de Maida durante las 40 horas que duró el viaje hasta su rescate a 100 millas de su punto de salida, Zuara (Libia) y las cuatro últimas horas sin motor en la lancha. Me pongo en el lugar de sus padres buscando un mejor futuro para ella. En un momento en el que crecen las salidas de pateras desde costas africanas hacia Europa, también los naufragios. Nuestra esperanza está en ser vacunados cuanto antes para no enfermar, la de ellos en sobrevivir a la muerte jugándose la vida. Y sin acceso a vacunas.