a Asociación de Comerciantes de Navarra ha presentado el diagnóstico de la situación actual de esta actividad en la Comunidad Foral que advierte de que casi 1.000 comercios de cercanía pueden cerrar este año -400 de ellos en Pamplona, que añadir a los 800 que ya se han cerrado los últimos diez años-, y que también señala el riesgo de destrucción de otros 2.500 empleos. Los datos son escalofriantes desde el punto de vista del negocio y muy duros desde el punto de vista humano del empleo. Y más allá de ello, basta con recordar que allí donde hay comercio -y hostelería, otro ámbito fundamental de nuestro modelo de convivencia social- hay vida. La ausencia de uno y otra, y este año de pandemia de coronavirus ha sido un ejemplo real, no una distopía literaria, obliga a imaginar qué sería de nuestras ciudades y pueblos si no hubiera tiendas a pie de calle ni bajeras ocupadas con sus luces y escaparates. Simplemente, cambiaría aún más un modelo de ciudad como el de la vieja Iruña de siempre que ya ha ido cambiando en estas dos últimas décadas. El comercio, sin duda, es calor y no hay más que mirar el ambiente que se genera en nuestras calles durante el horario comercial o la iluminación propia que aportan. Hace algo más de dos décadas, cuando UPN impulsó en Pamplona y su Comarca la instalación de los grandes súper -una política que mantiene ahora aprovechando la vuelta de Maya y de Navarra Suma al Ayuntamiento de Pamplona y que está asfixiando de nuevo al comercio de barrio en Azpilagaña o Iturrama en este caso-, se habló de la crisis del comercio minorista, de las tiendas de barrio y los ultramarinos de toda la vida. Cuando ese movimiento se extendió a equipamientos deportivos, asistimos al cierre de tiendas emblemáticas y luego le llegó el turno a los productos de electrónica y a los comercios especializados en ocio y cultura. Recorriendo algunas calles comerciales, los perfiles se diluyen y todas las ciudades parecen la misma. Y la dinámica se acrecienta con la irrupción de la dura competencia del comercio on line. Pero la realidad es que en Iruña, en sus barrios y en muchas localidades de Navarra, la hostelería y el pequeño comercio local hacen barrio, ciudad y pueblo. Sin ellos, todo se apaga, envejece y se pierde identidad y arraigo. Son negocios sí, y evidentemente necesitan adecuarse al siglo XXI, pero sobre todo son lugares de encuentro que facilitan el día a día a quienes conviven y viven cerca. El sector pide al Gobierno de Navarra ayudas directas, mayores deducciones fiscales, activación de campañas de bonos de consumo, plan de digitalización, áreas de promoción económicas y campañas de comunicación generales. Perfecto. Pero también el comercio local necesita incentivar la innovación, formación, digitalización, atención al cliente, adaptación a las nuevas necesidades y medidas concretas que estimulen a los jóvenes y favorezcan el relevo generacional en el comercio familiar. Y también es curioso que algunos de los asistentes a la presentación de este nuevo diagnóstico lleven muchos años representando pública, política y mediáticamente a ese comercio propio, sobre todo en Pamplona, y casi siempre en silencio ante las decisiones políticas que han ido cambiando desde hace ya muchos años el modelo y debilitando ese entramado local, vecinal y próximo que ahora reivindican. La memoria, sin acritud incluso, es un ejemplo para no repetir viejos errores.