o me gustan los términos bélicos en ningún ámbito de la vida; plantearlo todo en términos de guerra o batalla, de ganar o perder, como si no hubiera otro camino que el enfrentamiento para conquistar nuestro lugar. Soy más de acuerdos, de auzolan, de causas, de sumar, de la fuerza colectiva y menos de individualismos y enfrentamientos que siempre acaban restando. Por eso no soy de las de tildar de batalla nuestra apuesta firme por la igualdad, ni de situar en los hombres en general el enemigo visible al que batir, porque el machismo, la discriminación, el abuso, la violencia o el acoso no tienen una única forma para poder reconocerlos a primera vista, sino que están en el aire, en las mentes, en las palabras, en los hechos, en los gestos cotidianos, nos rodean sin que podamos verlos hasta que están demasiado cerca como para percibir su dimensión. Por eso el machismo hay que eliminarlo de raíz, llegar al fondo con las herramientas adecuadas: la educación y el rechazo social. Solo así conseguiremos que las generaciones futuras crezcan sin esa mala hierba. El 8-M de este año ha sido un clamor diferente pero igual de contundente. No hemos estado juntas pero sí unidas. Con distancia, pero cerca. Hemos tomado las calles sin pisarlas, desde el espacio privado, para compartir el mensaje unánime de que las mujeres somos ahora tan esenciales como lo hemos sido siempre.