adie con dos orejas y otros tantos dedos de frente puede desconocer las posiciones racistas, misóginas y homófobas de Abascal. Por eso quien se exhibe en Instagram con una camiseta con su rostro o comparte esas actitudes -que no componen una ideología sino una cultura del odio- o es un tarugo. En el caso de Chimy Ávila sus disculpas porque no pensó que esa imagen "podía ofender a muchas personas" lo sitúa en el grupo de los zopencos y más cuando abunda en su defensa con un "ni sé de política, ni me interesa". Toda una apología de la ignorancia por parte de alguien que creció en la miseria y que como argentino es un extranjero en España, lo que a su vez le ubica en el colectivo diana de la ultraderecha. Constatadas por él mismo sus limitaciones intelectuales, cierto es que ni a Chimy ni a ningún otro futbolista se le mide por sus capacidades más allá del césped. Y ahí radica justo nuestro problema como colectividad, en que atribuímos a los peloteros -así, en general- un estatus social que no se corresponde con los méritos contraídos ni con los principios que albergan. Hasta el punto de que en el fútbol abundan los millonarios que no saben hacer la O con un canuto sin un balón de por medio. Cuestión aparte es si Osasuna -club, no sociedad anónima- debería regirse por una política de fichajes que aúne las facultades deportivas con unos valores personales que no conculquen sus fundamentos como institución. Por lo pronto, que el estupendo delantero que ha descubierto Osasuna en Chimy purgue con goles el pecado de su boludez del sábado.