iempre ha habido personas que optan por vivir una vida ficticia, que se inventan un personaje y lo interpretan a diario hasta creérselo, pero solo en algunas películas la historia acaba bien. Personas que entran en una dinámica de mentira y falsedad que les atrapa y les arrastra obligándoles a tirar para adelante cada vez con más mentiras en su mochila. Hay gente que elige una doble vida, algo de día, algo diferente de noche; una relación en casa, otra fuera. Hay de todo. Pero una cosa es la vida que lleven las personas, por muy cuestionable que sea vivir sobre una mentira, y otra creernos esa no verdad y difundirla. Hoy es más facil que nunca hacer viral una fake. Solo hay que darle a reenviar cuando llega un titular de esos que parecen tan increíbles que en lugar de cuestionarlo se lanza a todos los contactos. Eso acaba haciendo daño, sobre todo al periodismo. Una profesión que está muy tocada, más bien herida, por su incapacidad en los últimos tiempos de deberse a su fin más esencial, la verdad. Contrastar antes de contar, no dejarse llevar por el sensacionalismo, no caer en la inmediatez sin verificar. Lo último que nos ha puesto ante al abismo en el que se está trabajando en estos tiempos de velocidad es el falso coma de Manel Monteagudo, el poeta gallego que dijo estar 35 años en coma y que describió ante los medios como fue su extraordinario despertar. Todo lo que dijo era mentira, pero no se verificó a tiempo. Rectificar no basta. Esta vez la viral mentira ha acabado dañando más al periodismo que al mentiroso.