l anuncio de la concesión anual del Premio Jaime Brunet de la UPNA, en esta ocasión al agustino navarro y obispo en Brasil José Luis Azcona, pone en el calendario la celebración del Día Internacional de los Derechos Humanos. Azcona es un referente en la lucha y defensa de los derechos humanos en Brasil y obispo emérito de la diócesis de Marajó, donde no cejó en su trabajo contra la prostitución infantil y la trata de mujeres y de menores. Se trata de eso precisamente, quizá hoy más nunca: de mantener activa la fortaleza de la cultura de los derechos humanos en un momento histórico en el que la batalla de las ideas que impulsan los sectores más reaccionarios y ultraderechistas tienen como objetivo su eliminación. La cultura de los derechos humanos es el eje fundamental de la democracia como cultura política. Unos no se entienden sin la otra y viceversa. Los derechos humanos y la democracia son aquello que se trata ahora de borrar del mapa social en eso que denominan los fantasmas negros de este siglo XXI su batalla cultural. De cultural tiene nada. Ese es uno de los objetivos de esa batalla de ideas: poner fin a los valores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y sustituir sus contenidos por campos yermos de acción política y económica donde todo es válido y el fin siempre justifica los medios. Aunque parezca lo contrario, la conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos sigue siendo una puerta a la esperanza de que un mundo mejor es posible. Una fecha de celebración por los derechos alcanzados y también para recordar a quienes carecen de ellos. Son muchos más. Basta ver cómo coincidiendo con esa fecha oficial, decenas de informaciones señalan situaciones desoladoras de abandono, tortura, masacres, esclavitud, exterminio, persecución, pobreza, hambre, guerra, etcétera que afectan a millones de personas. Los derechos humanos son un valor colectivo de titularidad individual. Y el derecho a la vida y a una vida digna es el primero de ellos, el que sostiene al resto de derechos sociales, económicos, políticos, culturales, civiles o penales de las personas por su condición de seres humanos. El premio Brunet a Azcona también busca insistir en que son muchos los estados que aún utilizan la tortura y la pena de muerte, que sigue habiendo muchas personas perseguidas por sus opiniones, que millones sufren la violencia política, la persecución terrorista, la violencia machista, el fanatismo religioso o que cientos de millones viven bajo la violencia de la desigualdad económica. Y no sólo hay ausencia de derechos fundamentales lejos de aquí. El Estado español ha retrocedido en derechos laborales, libertades civiles y políticas, separación democrática de poderes, garantismo en la justicia, reparto de la riqueza y apenas nos hemos dado cuenta de esa involución. Es todo eso, que es mucho, lo que está en juego. Es tiempo más que de celebrar -vistos los incumplimientos sistemáticos por quienes asumieron la obligación política y ética de garantizar la Declaración Universal de 1948-, de reivindicar la vigencia y fortaleza de la cultura de los derechos humanos y de la democracia. No vale dejarse engañar.