De la situación y de lo que está ocurriendo en Ucrania tras la invasión ilegal de Rusia me interesa todo, por supuesto. Es inevitable mantener la mirada y la atención allí. También lo es dedicar de vez en cuando un pequeño rato a pensar y reflexionar sobre qué derivará de este nuevo desastre. El mundo que vendrá cuando de una forma u otra la guerra llegue a su fin. Peor que el actual, que ya no es bueno, seguro. Pero me interesa sobre todo el coste humano en presente y en directo del día a día. Las personas muertas ya en bombardeos o enfrentamientos, las personas que han quedado atrapadas en ciudades, barrios y pueblos de Ucrania sin poder escapar, bien porque la edad se lo impide, bien porque no se les ha permitido, y las personas que ya conforman nuevas enormes filas por caminos y carreteras de refugiados dejando atrás bienes, casas, familia, amigos y todo lo que compone una vida como la de cualquiera de nosotros aquí.

Me interesas sus palabras. Los discursos patrióticos, militaristas y heroicos forman parte de la misma guerra, de cualquier guerra y en cualquiera de los bandos, tanto el agresor para justificar su agresión como el agredido como elemento de resistencia. También eso es inevitable. Pero al margen de ello están las palabras de quienes reflejan con su vivencia personal el absurdo humano y la mentira inmensa de la guerra, de todas las guerras. Más de medio millón de personas han podido salir ya de Ucrania y cruzar las fronteras principalmente de Polonia, Rumanía o Eslovaquia. Y al hablar transmiten las mismas sensaciones, usan las mismas palabras, expresan los mismos anhelos que otros miles de refugiados que hemos visto y escuchado en otras fronteras que huían de otras guerras. Todos comunican lo más interior de ser humano, cosas tan simples y profundas como miedo, esperanza, tristeza, abandono, recuerdos, solidaridad...

Por eso me indigna el mensaje que resalta el carácter europeo, blanco, rubio y de ojos azules de los refugiados ucranianos. Ha ido apareciendo en medios y en discursos poco a poco. Una indignante forma de distinguir unas personas refugiadas de otras únicamente por su apariencia racial, religión o conflicto del que huyen. Un discurso peligroso. Basura racista. Esto es, no son afganos, sirios, libios, africanos, yemeníes, sudaneses, iraquíes, rohingyas, asiáticos, palestinos, saharauis, hondureños, guatemaltecos, mexicanos... o migrantes en cualquier muga. O nosotros mismos hace solo unas décadas. Más de 60 millones. Dudo del todo que esos cientos de miles de hombres, mujeres y niños y niñas ucranianas que han pasado de ciudadanos libres a personas refugiadas compartan esa miseria ideológica. Siempre hay quien busca obtener beneficio, cualquier tipo de beneficio -político, financiero, estratégico, empresarial-, de cada episodio humano de sufrimiento. Y las guerras han sido siempre un lugar ideal para la caza de estos depredadores del sufrimiento ajeno.

Sea cual sea el resultado final de la agresión a Ucrania y cuales sus consecuencias, en ningún caso será positivo para la inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo. Se habla ya de la Tercera Guerra Mundial y recuerdo a Einstein en plena Guerra Fría del pasado siglo: "No sé como será la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta será a palos y piedras”. l