odía escribir una extensa reflexión sobre los sucesivos ataques políticos y judiciales a medios de comunicación, también desde aquellos sistemas que se definen como democráticos. Cada año coincidiendo con el Día de Libertad de Prensa, o cada vez más periódicamente, los periodistas denunciamos que esa misma libertad de prensa corre peligro. Está bien, pero no es nuevo. Ni siquiera reciente. Desde hace tiempo no es ya solo un problema de las organizaciones políticas o de los gobiernos y empresas que vetan o persiguen a quienes simplemente no cuentan aquello que esos poderosos organismos quieren que se cuente, es un problema propio de la profesión periodística. Demasiados silencios. No es un paradigma exclusivo de las dictaduras o de las democracias en retroceso hacia regímenes autoritarios. En la misma Europa democrática, se sigue tratando de anular el derecho a la información, el derecho a saber de los ciudadanos y ciudadanas, con todo tipo de medidas de presión y control de los contenidos informativos, ya sean informaciones, opiniones, análisis, fotografías o imágenes. La democracia es cada día más imperfecta y menos plena. Ahora mismo el periodista Pablo González ha cumplido más de 60 días preso en una cárcel de Polonia acusado de espionaje para Rusia. Por supuesto, nadie ha visto ni una sola prueba de esa acusación. A Pablo González se le han vulnerado todos sus derechos como ciudadano europeo y español y hay un inmenso y pesado manto de silencio sobre su caso. Polonia ya era un país bajo el ojo de las instituciones de la UE por la falta de imparcialidad y garantismo de su sistema judicial, contrario a los principios y normas de la misma UE a la que pertenece. La agresión de Rusia a Ucrania ha silenciado todo ello y Polonia actúa impunemente sin que nadie haga nada. Es bochornoso el silencio y la inacción del Gobierno español, pero también de la UE y de las grandes asociaciones de periodistas del Estado. O el caso de Assange, una nueva derrota de la libertad de prensa. O de decenas de periodistas más en todo el mundo. Un año más el Día de la Libertad de Prensa muestra un panorama en franco retroceso. Hay cada vez más lugares en el mundo donde hay menos razones para celebrarlo. El cáncer de la censura, la manipulación y el control férreo de la información se ha extendido ya a buena parte de las democracias avanzadas de Europa. La Libertad de Prensa es una de las garantías básicas para una sociedad libre, pero en gran parte del mundo ni siquiera está reconocida. Es también clave para desvelar los desmanes del poder y para asentar la necesaria división de poderes. Por eso seguramente es fácil de percibir un asalto organizado al control de los medios, redes y enlazadores poniendo en riesgo el derecho de información de los ciudadanos. Y la acumulación de la propiedad de los grandes medios de comunicación en unas pocas manos. La prensa libre nunca ha tenido un presente fácil y, ya lo he escritos antes, pero la cosa va a peor. Son periodistas cuyo trabajo representa un desafío contra esos intereses los que son víctimas de intimidaciones, cierres, violencias, exilio, cárcel o asesinatos. Ahora, también de espionaje y control de sus dispositivos tecnológicos. Pese a todo, publicar la verdad es la clave para que una democracia sea avanzada y plena.l