ace unos meses, tampoco muchos, me dio por juntar unas letras sobre cierto estado de inquietud y desasosiego que supongo que entonces, o al menos ese día, me acompañaba. Tengo una sensación extraña. Como si el tiempo se estuviera deteniendo poco a poco a la espera de que vaya a ocurrir algo importante. Como si fuera un de esos trucos cinematográficos en el que la escena se paraliza y solo el protagonista sigue observando la vida en tiempo real y seguidamente sucede un hecho que cambia el guión de la película. Comenzaba así. No le volví a dar mucha importancia a aquello. No soy ni conspiranoico ni pesimista, eso ya lo saben las lectoras y lectores que aún dedican una pequeña parte de su tiempo a leer esta columna. Y realmente no sé por qué me ha vino ayer a la cabeza aquella misma sensación. En realidad, no es la misma tampoco. Hoy, lo importante que parecía que fuera a ocurrir aquel día ya está ocurriendo ahora. Los días que escribí esa columna todo parecía resurgir. Un estado de ánimo positivo, ahora sabemos que incauto, impregnaba todos los discursos, augurios y previsiones. Aún no había llegado la sexta ola del coronavirus, ni las crisis energética y los sobrecostes de luz y gasolina, la inflación confirmaba tiempos de crecimiento, el empleo se recuperaba y los ingentes anunciaban tiempos de gloria para todos. Apuntarse a un futuro bonito es fácil. Pero no llegó nada de eso. Todo fue estallando poco a poco. En pocos meses las luces y flores que se alzaban luminosas y frescas en el horizonte han derivado en una crisis de suministros internacional, la globalización muestra en toda su crudeza el fracaso de ese modelo de comercio, China vive de nuevo confinamientos masivos, la agresión de Rusia a Ucrania ha vuelto a demostrar que las cuestiones vitales para los estados no es la calidad de vida de sus ciudadanos, sino el control de las materias primas, su privatización en grandes oligopolios de corporaciones internacionales y el gasto militar y los discursos belicistas patrióticos. El desastre medioambiental y climático está asesinando a miles de especies de la Tierra mientras la apuesta por la explotación de los recursos naturales va a más... Y las amenazas que llaman a las puertas no son ya solo las de la violencia y la injusticia de las guerras, la persecución y las mafias, la avaricia inagotable de la acumulación de capitales que siguen aumentando sus ganancias cuanto peor camina la historia presente o el intento de control absoluto no ya de la información y la verdad, sino también de la intimidad y privacidad de todos los humanos como negocio -todo eso se veía venir-, sino las advertencias de hambrunas y sequías que afectarán en breve a millones de seres humanos y la evidencia de que la crisis energética tendrá en poco tiempo consecuencias demoledoras. Esos mensajes se están colando poco a poco en los discursos de quienes manejan los hilos de todos los poderes. Sin más. Solo es una percepción. Tampoco hay que darle más importancia. Pero si hace unos meses terminé así la columna con la sensación de que el tiempo seguía deteniéndose a ritmo muy lento, pero sin que hubiera llegado a un tiempo nuevo, ahora pienso que las cosas ya están pasando, la acción se ha acelerado. No sé si somos conscientes de lo que está pasando, porque la verdad se ha difuminado en las nadas de la mentira y la propaganda.