“Me duele la garganta”, lanza con una mueca de contrariedad y palpando la zona con la mano. “¿A ver si va a ser covid…?”, le responden a bote pronto con tono de médico curtido en Atención Primaria. Lo que otros años era un síntoma de ese cóctel pernicioso que es beber, cantar, fumar y hablar durante horas más que en un discurso de Fidel Castro, hoy se percibe con el temor de haber sufrido un contagio.

Con las consecuencias que puede acarrear, aunque sea de forma leve. Ahí tienen al alcalde de Pamplona, Enrique Maya, que ha dado positivo de nuevo. Y tantas personas cercanas. La pandemia no se resiste a estar ausente de la fiesta. Resulta llamativo contemplar el transporte público, con todos los pasajeros enmascarillados, cumpliendo de forma disciplinada las recomendaciones de Salud.

La gente sale de casa sin olvidar dos elementos imprescindibles: el pañuelo rojo y el tapabocas. La imagen de los autobuses nos retrotrae a meses de restricciones y de guardar las distancias. Dos cosas, por otro lado, difíciles de conciliar estos días en una ciudad inundada por una marea humana que vive a tumba abierta. Y en la que es imposible tener la boca cerrada.