Amable y paciente leyente: habrás tenido noticia de que este año es electoral, que se prevén nada menos que cuatro procesos electorales en este país (me refiero por este país a la porción de globo terráqueo que comparte los mismos telediarios, tú y yo soportaremos las campañas electorales de Andalucía y Cataluña igual que si fuéramos a votar allí). Por eso, a lo largo de todo el año, por diversos medios se dirigirá a ti un montón de gente intentando convencerte para que le votes o, al menos, para que no votes a sus rivales. Incluso puede que yo mismo lo haga, que te pida el voto, pero eso todavía no toca y hoy te voy a hablar de otra cosa. Te voy a poner en guardia contra lo que te van a decir algunas, muchas, demasiadas personas, a las que no debes hacer caso. En resumen, el discurso que van a tratar de colarte es el siguiente: en mi facción todos y todas, aparte de no sexistas, somos buenas personas, honradas, fiables, coherentes, trabajadoras, preparadas, generosas, altruistas, tan incorruptas como el brazo de santa Teresa, con inmensa vocación de servicio y que sabemos exactamente lo que hay que hacer. No diremos que alcanzamos la perfección porque eso resulta muy inmodesto y reconocemos que alguna vez, quizás, puede, hayamos podido cometer con la mejor de las intenciones algún pequeño y disculpable error que no procede entrar a identificar ni a detallar aquí, quien esté libre que tire el primer pedrusco. En cambio, nuestros rivales, con los que nos disputamos los votos, son todos malos, corruptos, hipócritas, mentirosos, demagogos, delincuentes, terroristas, ignorantes, patanes, incoherentes, con ideas trasnochadas y absurdas que están en la política por simples intereses personales, privados, egoístas y partidistas, y hay que mantenerles lejos del poder a toda costa porque lo suyo no son errores sino crímenes. Ante tal panorama, como sabemos que eres una persona inteligente y responsable, no te queda más remedio que votarnos.

No te tragues este cuento, aunque suene bien por simple y por exigir tan poco esfuerzo intelectual. Desgraciadamente, el proceso de selección de afiliados que utilizan los partidos políticos, muy parecido en todos los casos, no garantiza a ninguno un resultado tan óptimo. Suele consistir en rellenar un formulario y en proporcionar el número de cuenta para pagar la cuota, a veces en una entrevista de cinco o diez minutos que finaliza con una calurosa bienvenida (con la inscripción por Internet que se estila ahora se puede prescindir incluso de esos trámites). A todo partido le interesa tener cuantos más afiliados mejor. y por eso suelen ser tan exigentes y cuidadosos al elegirlos como Coca-Cola o McDonald’s al seleccionar a sus clientes. En todos los partidos acaba habiendo de todo. Buenas y malas personas. Personas inteligentes y personas estúpidas. Personas generosas y personas egoístas. Honradas y sinvergüenzas. Capacitadas e inútiles. Corruptas e incorruptas. Guapas y feas. Cuanto más grande el partido, más habrá de cada. Lo que suelen tener en común los afiliados a un partido no es su catadura moral, su capacidad intelectual, su preparación técnica ni sus buenos o malos modales. Lo que les suele unir -y diferenciar de otros partidos- es una ideología, cierta forma de ver el mundo, ciertas ideas sobre cómo es y cómo debiera ser, un programa político, un modo de actuar en política, la defensa de determinados intereses, públicos o privados, a veces la común confianza en un líder.

Los partidos políticos están integrados por personas humanas y las personas somos, en lo esencial, bastante parecidas, pero no iguales. Todos los partidos suelen tener algunos rasgos comunes, pero el colectivo humano que compone un partido y otro rara vez es igual, como casi nunca son iguales dos colectivos humanos, no son iguales los habitantes de Madagascar y los de Terranova, ni los vecinos de Chamberí y los de Vallecas, ni los de Iturrama y los de San Jorge. Por eso conviene fijarse un poco para distinguir. Tanto en Madagascar como en Terranova hay personas blancas y negras, pero no en la misma proporción. Tanto en Iturrama como en San Jorge viven obreros del sector del metal, pero tampoco en el mismo porcentaje.

Si el filtro para reclutar afiliados es de trama gruesa, el que se utiliza para promoverlos a cargos públicos apenas tiene una malla un poco más fina. Así que los políticos, los que ocupan cargos políticos, suelen ser tan variados como la gente de la calle, la que no milita en ningún partido ni se dedica a la política. Gente tan normal, o tan vulgar si lo prefieres, como la que fue contigo a tu colegio. Ni mejor ni peor. Ni todos ladrones ni todos héroes. En todos los partidos políticos hay corruptos y delincuentes, pero en unos más que en otros. No te diré en cuáles más y en cuáles menos. Ya te darás cuenta; en algunos partidos son casos aislados y en otros partidos también son casos aislados, pero sale un caso aislado cada semana, o no es raro que se tramiten causas judiciales por varias docenas de casos aislados acumulados. En algunos son más rápidos en deshacerse de los corruptos y en otros tardan varias legislaturas en sacarlos de las listas electorales. También verás que en todos los partidos hay dirigentes que dicen tonterías. Lo que sucede es que el número de tonterías por minuto que dicen unos y otros no es el mismo, en algunos partidos hay más gente con capacidad de abochornar a los suyos que en otros. A nada que te fijes apreciarás las diferencias. El que dice que todos son iguales, hable de quien hable, suele ser porque no los ha observado bien.

En tu barrio y en el mío también encontramos de todo: gente honrada y gente canalla, gente de fiar y gente con la que no irías ni a heredar. A veces distribuida de un modo bastante caprichoso, pero siempre bastante mezclada. Ojalá el mundo fuese más sencillo y la buena gente viviera toda en el lado de los impares y la mala gente en los pares, y fuese fácil elegir por qué acera caminar. No es así. Tampoco sucede que todos los malos estén en la política y todos los buenos fuera de ella, o viceversa, o todos los malos en el gobierno y todos los buenos en la oposición, o viceversa, ni todos los malos en el aparato y todos los buenos en las bases del partido, o viceversa. Ni siquiera los buenos suelen ser completamente buenos y los malos completamente malos. Salvo en los cuentos infantiles.