Todo autismo, en política, da en autocracia. Un sujeto autista en la cumbre del poder sólo como autócrata puede gobernar, sólo desde su encierro y aislamiento sensorial, desde su ceguera y sordomudez metafóricas, puede relacionarse con la realidad. No responde a ningún estímulo exterior, la única realidad es la suya. Y no tiene por qué ser de bajo coeficiente intelectual, hay analistas por ahí del síndrome de Asperger que creen hallar en genios de la ciencia, del pensamiento y de las artes (Mozart, Einstein, Newton?) síntomas autistas. No es un insulto, por tanto, identificar al actual inquilino de la Moncloa como autista. Es un simple resultado del análisis de su ceguera y sordera ante cualquier estímulo de la realidad que le circunda. Lo de la mudez es más relativo: se relaciona, y en el caso de Rajoy se patentiza cada dos por tres, con la emisión de frases de ininteligible significado desde otra lógica que no sea la del propio autista, la de su mente constituida en insondable arcano para el raciocinio de la audiencia exterior. En proverbiales y virales han dado muchas de las frases de Rajoy, con incuestionable mérito.

Escribo horas antes de saber qué estará ocurriendo en Cataluña cuando este texto vea la luz. No puedo ejercer de profeta, ni dármelas de conocedor de claves ocultas sobre el procés, de analista que está en el secreto, me limito a desgranar algunas de mis intuiciones sobre qué ha venido pasando, sobre por qué se han desarrollado las cosas de tan desastrada manera para la marca España.

Valga por hoy esa intuición del autismo del jefe de Gobierno español dado ya en autócrata.

Pues sólo un autócrata puede empeñarse, en un presunto sistema democrático, en hacer de su capa un sayo y vulnerar tan sin inmutarse la canónica separación de poderes, haciendo del sistema judicial su brazo ejecutivo. Tan contra toda independencia ha pergeñado el aparato judicial español que, en un alarde de coherencia, ha llevado a éste a renegar de hasta su propia independencia.

Sólo un autista que ha dado en autócrata puede crear problemas de dependencia en un entorno tan amplio. Sabido es que la patología autista hace dependiente a su sujeto y obliga a vivir pendientes de él a sus gentes más cercanas. Lo que, en el caso de un autista autócrata, significa que tendrá pendiente a toda la ciudadanía bajo su cetro. Esto es, la ciudadanía española, toda ella, dependiente, paradójicamente, de un autista por necesidad dependiente.

Sólo un autista que ha dado en autócrata puede creer, desde la lógica de sus arcanos mentales, que la a menudo conveniente e inteligente flexibilidad de las leyes en su aplicación deba ser tan radical como para convertir en leyes chicle las de un régimen de hierro: el autista autócrata puño de hierro estira y encoge sus leyes para hacerlas llegar hasta donde y como él quiere.

Pasará lo que pase en Cataluña y con el caduco régimen de 1978, pero este quizá genial autista autócrata tiene ya un rincón en la historia de la marca/hierro España.