No es un afán crítico lo que me mueve a escribir estas líneas, sino el gusto y el respeto por el arte. A la sombra ingente y coloreada de las colecciones de Arco que iniciara hace ya muchos años el edil Joaquín Pascal, el Ayuntamiento de Pamplona ha ido haciendo su propia colección, donde podemos encontrar obras de artistas extranjeros, como Vassileva, Miura o Muniz, o autóctonos como Morrás, Manterola o Salaberri. Y ya se sabe, cuando se tiene el naipe fuerte hay que saber aprovecharlo. En este sentido y con plausible criterio, el que fuera concejal de cultura, Ignacio Pérez Cabañas, se decidió no sólo a conservar el patrimonio, sino a aumentarlo con la adquisición de nuevas obras. Y así se fue haciendo una interesante colección, cuyo único problema es que no se dispone de un museo de arte contemporáneo, donde dicho acopio artístico esté expuesto de forma permanente. Carencia que dificulta el deleite de tan valiosa, moderna y singular compilación estética, que expresa un tipo novedoso de realidad refractaria a cualquier canon tradicional, pues el arte contemporáneo desafía todas las categorías de la lógica, dado su carácter crítico o experimental. Otrora, el afán municipal, aferrado al localismo atávico y festivo de nuestra taurina ciudad, pensó que no había nada de original en un museo de arte contemporáneo. Al fin y al cabo las vanguardias del siglo XX no habían encontrado todavía entre nuestra provinciana clientela su novedad, su invención y su gracia. Y se concluyó, al parecer, que el arte ultimísimo estaba más movido por la ocurrencia personal y caprichosa del artista que por su fidelidad a los cánones clásicos. En cambio, un centro temático sobre las fiestas de San Fermín, Hemingway incluido, sería, sin lugar dudas, un éxito. Y no me pareció mal la idea, pues seguramente un dédalo de pasillos y salas en blanco y rojo representaría un aliciente más para atraer al turismo internacional. Ahora bien, anteponer la fiesta callejera al arte en aumentativo no deja de ser una muestra de rusticidad provinciana muy poco cultivada. Lo peor que se puede hacer por una ciudad es consolidarla en sus tópicos verbales, que no hacen sino servir a los tópicos rituales, los cuales son, a su vez, una mera escenificación de una cultura atascada, huera y convencional. Fovismo, expresionismo, cubismo, futurismo, neoplasticismo, surrealismo, arte pop o dadaísmo forman ya parte ineludible del siglo XXI.

Siendo yo concejal ya acariciaba la idea de un museo de arte vanguardista que, por cierto, no es incompatible con los encierros, las corridas de toros, los baldes de ajoarriero y todo eso. Soy consciente de la enorme dificultad que entraña dicha aspiración, pero, dejando a un lado las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, otras capitales más pequeñas, como Málaga, León, Gijón o Segovia ya disfrutan de un espacio de arte vanguardista. Por ello, espero que antes o después se pueda disponer de un espacio en el que la ciudadanía pamplonesa pueda contemplar de forma permanente toda esa singular obra artística. Son muchos años comprando interesantes obras en Arco, Feria Internacional de Arte Contemporáneo que, sin propósito alguno discriminatorio con relación a los grandes núcleos artísticos extranjeros, disfruta de uno de los coeficientes de cantidad y calidad más elevados del arte internacional de vanguardia. Es cierto que disponemos de tres museos importantes, como el Museo de Navarra, la Fundación-Museo Jorge Oteiza y el Museo Universidad de Navarra, pero un museo de arte vanguardista me parece indispensable. No en vano entre las obras compradas en Arco o en otras ferias, el Ayuntamiento de Pamplona posee una colección de arte contemporáneo con más de 500 obras catalogadas. Y como creo que el arte trasciende a las diferentes ideologías, confío en que alguna vez un museo de esta naturaleza sea realidad.

Es cierto que el arte de vanguardia no tiene su costado festivo ni taurino, pero palpita siempre en la fascinación de una aventura fuera del mundo empírico, separado de la naturaleza, aunque filiando sutil y magistralmente sus formas, sus colores y sus movimientos. Y esto, probablemente, choca con nuestros arcaísmos forales más arraigados. El arte contemporáneo vive en la dispersión, en la conflagración permanente que se diluye en fragmentaciones despersonalizadas, incapaces, al parecer, de alcanzar esa coherencia íntima indispensable para constituir una escuela o una tendencia. Este anarquismo sublime en el que tan fácilmente se expresa el arte contemporáneo, representa, sin embargo, una ruptura con la turba mercantilista y con el oportunismo especulador. El arte vanguardista es creación pura, experimentación, búsqueda, un afán desesperado por resistirse a ser objeto decorativo o imitación fotográfica de la naturaleza, un salto en el vacío que trata de materializar más la probabilidad que el hecho cierto. En definitiva, el arte contemporáneo parece regirse por el principio heinsenbergiano de incertidumbre. Viene a ser como la teoría de la relatividad materializada en la forma y el color. O algo así. A Einstein le hubiera encantado.

El autor es presidente del PSN-PSOE