hay un libro titulado Ternura y agresividad que leí parcialmente hace algunos años y dejé de hacerlo por mi dificultad de comprender todos los contenidos. Sin embargo, todavía recuerdo que para mi sorpresa las palabras “ternura” y “agresividad” tomaban una acepción distinta a la que yo entendía entonces, y quisiera traerlas al ámbito educativo. Copio textualmente el acercamiento a estos términos del libro a modo de prefacio para, posteriormente, poder expresar mi deseo.

Impulso de ternura: “Su función primordial consiste en mantenernos en contacto con nuestra propia intimidad, tanto a nivel corporal y biológico como a nivel intelectual, emocional y espiritual. Por ello, decimos que mantiene una dirección centrípeta hacia la propia autopercepción.”

Impulso agresivo: “Realiza su función hacia el mundo exterior y pretende mantenernos en contacto con la capacidad de acción sobre él”.

Pasaré a observar la educación/sistema educativo según esta mirada de ternura y agresividad arriba descritas.

Los profesionales de la educación nos cargamos de agresividad mientras pretendemos que el alumnado alcance una serie de contenidos y hacemos que lleguen a interiorizarlos a través de exámenes, tareas, pruebas? Nos cargamos también con trabajos burocráticos, de preparación de tareas y actividades, reuniones con familias, claustros y demás.

Tenemos espacios de recreo para socializar entre nosotras, relacionarnos, también momentos de menos “actividad hacia” conseguir un objetivo con el alumnado y menos exigente en cuanto a hacer que ellos hagan algo.

En las familias, cada vez está más extendido que el padre y la madre trabajen, y en los momentos de estar con las criaturas, tengan que hacer tareas, estudiar, preparar comida, hacer lavadoras y demás actividades que cualquier padre y madre de hoy en día saben perfectamente. Esto genera un estrés emocional que se traslada a la relación también paternofilial. Así pues, se podría decir que la relación familia-hijos/as está también cargada de agresividad (utilizando el término según la descripción anterior).

Los espacios familiares de más aparente ternura, de contacto con la interioridad, con la intimidad y con alguna actividad que no tenga el objetivo de alcanzar algo, sino de puro disfrute, quedan en un segundo plano y me atrevería a decir, que cada vez más inundados por la tecnología.

Por su parte los niños y niñas de hoy en día, cuentan con muchos espacios de agresividad, de actividades dirigidas al mundo y a “hacer algo sobre él”. No voy a mencionarlos, ya que de sobra sabemos la cantidad de tareas a las que se disponen.

Sin embargo, los espacios de ternura, de estar, de jugar libremente, de relacionarse con los otros de manera íntima? brillan por su ausencia.

Después de esta rápida mirada al ámbito educativo (familiar y profesional) queda en evidencia el exceso de agresividad en las relaciones y la descompensación con respecto a la ternura.

Aquí toco, conscientemente, el término común de agresividad, la que resulta dañina: desbordan los conflictos en las aulas, cada vez son más las familias que piden ayuda en la relación con sus hijos/as? Nos duele la gota de agresividad que ha colmado el vaso y vamos a limpiar el líquido rebosante sin querer cambiar de actitud y sin pretender cuidar cada gota que cae sobre él, no sólo la que rebosa.

¿Por qué este exceso de agresividad? ¿Miedo al vacío? ¿Miedo a sentimientos vulnerables y tiernos? Me atrevería a decir que, por alguna razón hay una dificultad en el contacto con la ternura, pero aquí dejo la pregunta abierta para la reflexión de cada uno/a.

No me excluyo de esta hiperactividad, he sido y sigo siendo una persona muy activa hacia el mundo. Tampoco pretendo ni acusar ni generar culpa (si alguien se siente culpable lo siento mucho). Simplemente doy un paso adelante porque está en juego la vulnerabilidad de los más pequeños.

Es injusto pero es así, los niños y niñas no van a revocarnos que el líquido que vertemos sobre ellos les resulta dañino, porque son niños y cuando pierden el contacto con el impulso de ternura, de contacto consigo mismos, no dejan de querernos a los adultos, dejan de quererse a sí mismos.

¿Por qué no facilitar que el alumnado participe más, hable más, se mueva más, exprese más? ¿Por qué no favorecer espacios donde el profesorado pueda hablar de las cuestiones relacionales entre nosotros? Afortunadamente cada vez son más las propuestas que van en esta línea a nivel de educadores y familias. Sin embargo, creo que todavía queda por hacer.

Esta petición no va dirigida al Departamento de Educación, sabedor y rebosante de todos los conflictos que acarrea la educación profesional hoy en día. Va dirigido a cada una de las educadoras que seguimos gritando cuando sentimos miedo de perder la autoridad; a los que pretendemos corregir la actitud de los/as más pequeños/as descargando humillantes sermones sobre las criaturas sin empatía alguna, los que cargados de agresivo estrés hacemos que lo paguen los demás... Podría seguir enunciando situaciones de agresividad dañina, pero creo que cada uno y cada una somos conscientes de nuestras maneras de relación.

Alzo la voz, para que las educadoras podamos, en definitiva, contactar con nuestra propia ternura, nuestra vulnerabilidad, nuestra dificultad. Para que podamos acusar lo dañino del exceso de agresividad (vuelvo a la definición inicial) y vayamos incluyendo suavemente registros más amables para nosotros mismos; que estos rebosen sobre las tiernas criaturas. Porque nuestras vulnerabilidades ya fueron heridas y a fin de que no sigamos perpetuando las relaciones dañinas por exceso de agresividad, pido mi deseo de ternura para cada uno de los educadores y educadoras en este año 2019 que recién ha entrado.

La autora es maestra