Podemos oír frecuentemente que la decisión de los catalanes de determinar ellos y no otros su rumbo político es una acción insolidaria. Que deben permanecer en la unidad de España para de ahí, todos unidos, cambiar las cosas.

La respuesta para una mente libre y honesta, que abundan poco, es clara. Nadie es insolidario por ser él mismo y tomar sus decisiones, sea una persona o un pueblo.

Tampoco podemos esperar demasiado del Reino de España, donde la desigualdad social y la pobreza son males históricos, no solo del momento presente, y que derivan de su modo de ser y organizarse. La libertad y la tolerancia siempre fueron y son perseguidas. Para ocultar la dura y flagrante realidad a los presos políticos se les denomina políticos presos, que son ciertamente políticos que han sido encarcelados o han tenido que huir por motivos políticos. Aunque el carácter inquisitorio de este país quiera obligar a no utilizar estas palabras, que bien definen lo que sucede y por eso deben ser ocultadas.

Veamos ya si desde un punto de vista solidario, que debería ser propio de la izquierda, si debe apoyarse ese derecho a la autodeterminación. Quien mejor nos lo expone es el rigor en estos asuntos de Lenin, prestemos atención.

El fin del sistema medieval viene de la mano de la creación de nacionalidades con el propósito de poder actuar de forma viable, tanto económica, social o políticamente. De ahí llegaron las revoluciones burguesas y las mayores revoluciones, como la rusa, la china o la cubana años después. Aquella nación que no permite que otras puedan ejercer los derechos que tiene ella actúa como opresora. El deber de la solidaridad es apoyar aquí a los oprimidos, con los que no hay por qué coincidir en otros supuestos políticos o económicos.

Lenin, ruso él, advertía sobre el daño y peligro de un nacionalismo ruso tan intolerante y feudal que no permitía que se creasen otras nacionalidades, como Polonia. Y acusaba, con razón, a Rosa Luxemburgo de oponerse a tal, porque, como exponía el pensador, si había un freno real al desarrollo de la democracia y de los derechos del proletariado era ese nacionalismo hegemónico.

Y aquí viene una pregunta pertinente y honda en su sentido: ¿puede ser libre un pueblo que oprime a otros pueblos? La respuesta es diáfana, no deja lugar a las dudas, tanto si lo miramos desde un punto de vista práctico como teórico: los intereses de la libertad de la población rusa exigen que se luche contra tal opresión. La larga historia, la secular historia de represión de los movimientos de las naciones oprimidas, la propaganda sistemática de esta represión por parte de las altas clases han creado enormes obstáculos a la causa de la libertad del mismo pueblo ruso en sus prejuicios, etcétera. Sin combatir esos prejuicios y la opresión o explotación de otros como ellos no se puede ser libre ni conseguir la reivindicación y justicia social que se pide.

Como saben, los fascistas ucranianos se han dedicado a derribar estatuas de Lenin sin querer conocer que fue precisamente este político quien le dio tanto a esa nación y luchó por sus derechos, abogando porque pudiese crear su propio estado.

He aquí un buen símil hecho entre el derecho al divorcio, defendiendo a la oprimida, la mujer, con el de la autodeterminación: acusar a los partidarios de la libertad de autodeterminación, es decir, de la libertad de separación, de que fomentan el separatismo es tan necio e hipócrita como acusar a los partidarios de la libertad de divorcio de que fomentan el desmoronamiento de los vínculos familiares. Del mismo modo que en la sociedad burguesa impugnan la libertad de divorcio los defensores de los privilegios y de la venalidad en los que se funda el matrimonio burgués, negar en el Estado capitalista la libertad de autodeterminación, es decir, de separación de las naciones, no significa otra cosa que defender los privilegios de la nación dominante y los procedimientos policíacos de administración en detrimento de los democráticos.

La perspectiva de la clase trabajadora ante lo que tratamos debería ser nítida. No pueden apoyar ni los privilegios ni la opresión que ejerce su burguesía nacional, porque este apoyo provocará inevitablemente la desconfianza del proletariado de la otra nación, debilitará la solidaridad internacional de clase de los obreros, los desunirá para regocijo de la burguesía. Y el negar el derecho a la autodeterminación, o a la separación, significa indefectiblemente, en la práctica, apoyar los privilegios de la nación dominante.

También Marx y Engels ven las contradicciones de los socialistas de los estados dominantes. Como sucedía con los ingleses e Irlanda o con los rusos y Polonia. En los que toman el ideario de las clases dirigentes de su país, no comprendiendo u olvidando los deseos de sus camaradas de clase de otras naciones. Respecto a Inglaterra esto comentaba Marx: “La clase obrera inglesa no hará nada mientras no se desembarace de Irlanda... La reacción inglesa, en Inglaterra, tiene sus raíces en el sojuzgamiento de Irlanda”.

Si apoyas la injusticia engendras injusticia, si apoyas la opresión engendras opresión y, finalmente, especialmente si eres de la clase obrera, esto recae sobre ti.

No se debe ser indiferente al trato injusto y cruel hacia minorías étnicas o nacionales. En el caso catalán la reacción de España ante una propuesta pacífica y democrática ha sido desproporcionada, intolerante, injusta. No debemos callar, pues, de otro modo, si dejamos hundir la libertad, abandonar la democracia, podremos ser los próximos perseguidos.