a estas alturas, nadie duda de que el éxito del Partido Socialista el 28 de abril fue posible gracias que Sánchez y su equipo lograron colarse entre el ideario colectivo como la única fuerza capaz de sumar esa mayoría suficiente para bloquear la conformación de un gobierno español de extrema derecha y movilizar el voto a su favor. Obviamente, influyeron otros factores, tanto relacionados con las lógicas partidistas -el descarado giro ultra de Casado que no convenció ni a azules ni a verdes, el batacazo de Unidas Podemos y, por supuesto, la sombra de la corrupción de la que no consiguieron desprenderse los populares por mucha regeneración que vendieran-, como con los éxitos cosechados por los movimientos sociales, con el feminista siempre por delante. Pero el presentarse como el voto útil y atraer para sí a las denominadas indecisas fue lo que definitivamente favoreció semejante resultado. Fueron los/as socialistas las que capitalizaron el descontento, la frustración, el enfado y, sobre todo, el miedo generado en torno a la hipótesis de una fuerte entrada de Vox que permitiera la conformación de un gobierno a tres ultraderechista.

Y si el voto útil funcionó en las elecciones estatales bajo estas coordenadas, ¿por qué no lo iba a hacer en las forales? Es lo que piensa, y la tesis con la que juega, María Chivite. El Partido Socialista navarro intenta coger la ola de Sánchez, subirse en ella y surfearla hasta el 26 de mayo. Al día siguiente de la victoria de Pedro Sánchez, la líder socialista ya aparecía ante los medios de comunicación autoerigiéndose como la futura presidenta del Gobierno de Navarra con una firmeza asombrosa teñida de cierta prepotencia. Pero Chivite debe de ser la única navarra sin memoria, pues a nadie se le escapa que, de poder hacerlo, a quien el PSN querrá serle útil no será al cuatripartito ni mucho menos al cambio, sino a sus históricos socios. En el estado español urgía desbancar al Partido Popular y hacer frente a la extrema derecha, y de ello el PSOE supo sacar rédito. Aquí, sin embargo, la urgencia la tienen ellos y ellas, los tres partidos aglutinados bajo las siglas de Navarra Suma, para desplazar a las cuatro fuerzas que sustentan el Gobierno. Y aunque las socialistas utilicen el despiste para seguir manteniendo vivas las diferentes opciones que pudieran surgir tras el 26 de mayo y se vistan de progresistas, ¿alguien duda de que, de necesitarlo el trifascito, el PSN les prestará todos y cada uno de sus votos?

Por otro lado, el posible efecto perverso que podría producir una réplica en Nafarroa del éxito del Partido Socialista en las generales se vería fatalmente multiplicado si no se corrige el preocupante fenómeno del abstencionismo. Es de sobra conocido que mientras la ciudadanía cercana a los partidos de derechas no duda en acudir a las urnas en cada cita electoral, quienes se sitúan en el polo opuesto suelen mostrar más reticencias. En este sentido, y aterrizando en Nafarroa, cierta atención merecen aquellos sectores descontentos con, según entienden, unas políticas excesivamente laxas y un cambio desesperadamente tranquilo. Entiendo que existe, pues, un riesgo abstencionista entre aquellas que por una decepción palpable no acudirán a votar como forma de castigar al cuatripartito -al igual que ocurrió en Andalucía con respecto a los partidos de izquierda y que condujo a una abstención de más del 41% y las nefastas consecuencias que ya conocemos-.

No creo que el miedo que la ultraderecha utiliza como arma deba ser un aliciente en ningún caso para participar de ninguna votación. Pero, por el contrario, sí encuentro en la involución a la que pretende conducirnos el trifascito -y, en ciertos aspectos, el PSN- un motivo más que de peso para salir el 26 de mayo dispuestas a depositar una renovada confianza en aquellos partidos que apuestan por seguir avanzando para hacer de Nafarroa una tierra de derechos para todas.

De los últimos cuatro años son fácilmente extraíbles dos conclusiones generales: la primera, que a diferencia de lo que auguraban UPN, PPN, PSN, cabe hacer otro tipo de políticas más atentas a las necesidades de la mayoría sin sumir a Navarra en ese caos que erróneamente vaticinaban. Y, la segunda, que los avances logrados resultan del todo insuficientes para revertir las desigualdades sociales y económicas, eliminar los privilegios que aún conservan ciertas élites y, también, para conquistar el derecho a decidir desde Navarra que la ciudadanía ansiamos tener sobre todo lo que a nosotras concierne. Por ello, necesitamos seguir apostando por fórmulas que tengan en cuenta, y cuiden, este afán de progreso y de ir más allá que comparte gran parte de la ciudadanía navarra; afán que debería convertirse en el motor que desde el afuera impulse políticas valientes dentro.

La sociedad navarra no podemos permitirnos cooperar, ni activa ni pasivamente, a que el Régimen -sea Navarra Suma, sea PSN, sean ambos a la vez o sea este último junto a otras fuerzas del actual cuatripartito- vuelva a tener la mínima capacidad de decidir sobre nuestras vidas. Queda mucho por conquistar y cualquier retroceso laminaría irremediablemente toda expectativa y posibilidad de seguir avanzando. En definitiva, el 26 de mayo a la involución se la combate votando, y votando garantías de cambio. No queda otra.