en los últimos meses han tenido lugar dos acontecimientos que, a primera vista, parecen no estar conectados. Sin embargo, al reflexionar sobre ellos con una perspectiva abierta e interdisciplinar, es posible detectar vínculos. Por un lado, las elecciones al Parlamento de la Unión Europea (UE), cuya presidencia se ha ratificado estos días, muestran luces y sombras de un futuro incierto. Estos han dejado patente la crisis de los partidos tradicionales, el auge de las sensibilidades ambientales y una clara fragmentación de los partidos antieuropeos y más conservadores.

Por otra parte, algunos trabajadores del muelle de Le Havre (Francia), así como otros de Génova (Italia), se declararon en huelga y se negaron a cargar armas pesadas en un portacontenedores, el Bahri Yanbu (de Arabia Saudita), en dirección al Mar Rojo. Estas armas posiblemente serían utilizadas por Arabia Saudita en la guerra de Yemen, sobre todo contra los civiles. “No es aceptable que los puertos estén cerrados para los migrantes y abiertos a las armas”, han repetido algunos representantes en el puerto italiano.

Cabe preguntarse cómo la Unión Europea puede defender la democracia y actuar democráticamente en lo que se refiere a su política interna y, a la vez, permitir el comercio y tránsito en su territorio de armas altamente tecnológicas e “inteligentes”, cuyo destino son países en guerra donde se utilizan para matar a civiles desarmados -ancianos, mujeres, niños- y destruir escuelas, hospitales...

Este problema afecta a todos los países europeos con una industria bélica muy activa, que encuentran un gran negocio en la venta de armas en Oriente Medio: Italia, España, Francia, Inglaterra y Holanda. Esto no es solo un problema ético y político, relacionado con la crisis de la democracia; supone un problema mayor: la capacidad europea de plantear un proyecto nuevo y diferente de política exterior.

En los últimos meses, nuevas “primaveras árabes” en Sudán y Argelia están intentando demostrar que el fracaso de las anteriores, por la dejadez de las democracias occidentales y la intervención directa o indirecta de países árabes que han adoptado el lema “Cambia todo para que nada cambie” no fue suficiente para frenar la demanda ciudadana de una mayor dignidad. Todavía, también en este caso, Europa permanece en silencio, y ahora que los militares sudaneses han realizado visitas diplomáticas a Arabia Saudita, Egipto y Emiratos buscando el soporte necesario, han empezado a actuar con mano de hierro contra los manifestantes de Jartum.

¿Dónde está la coherencia política de la Unión Europea? ¿Es posible definirse como una potencia democrática solo cuando se refiere a sus ciudadanos y no con la política exterior? ¿Dónde queda la dignidad humana cuando trabajas para una empresa que produce armas que podrían matar a tus hijos, tus abuelos, tus padres? Claramente, es un trabajo que permite obtener ingresos para vivir, pero no plantearse estas preguntas muestra una inconsciencia claramente antidemocrática.

En la economía de la UE, Defensa representa una facturación más de 156.000 millones de euros al año (dato de 2017). El valor de las licencias de venta a Arabia Saudita y Emiratos Árabes -los países más involucrados en la guerra en Yemen-, fue de 86.000 millones en 2015-2016. Y en este sector trabajan aproximadamente 2 millones de personas, entre empleos directos e indirectos. Solo una parte de estas cifras se relaciona con la exportación de armas hacia países no democráticos: Francia, por ejemplo, tiene como principal cliente a Egipto; los clientes más relevantes de Reino Unido son Arabia Saudí, Omán e Indonesia; y los de España, Turquía y Arabia Saudita en segunda y tercera posición. Italia no tiene a ningún Estado democrático entre sus tres principales compradores: Emiratos Árabes, Turquía y Argelia (datos de 2013-2017).

Por último, considerando los datos del periodo 2014-2018 (Sipri), Francia ha incrementado la venta de armas a Oriente Medio en un 261%; Alemania, en un 125%; Italia, en un 75%; e Inglaterra, en un 30%. Precisamente en esta fase histórica se ha experimentado la represión de las primaveras árabes, la anarquía política en algunas de esas naciones, así como la intervención externa de unos países árabes contra otros. También hemos presenciado los efectos de la guerra civil en Siria y la guerra en el norte de Irak, la deflagración post primavera de Libia y Yemen, la represión en Egipto...

Cuando estudiaba en la universidad, mi profesor de Relaciones Internacionales argumentaba de forma idealista que los países democráticos tienen la capacidad de fundar democracias en otras naciones sin necesidad de una guerra. Esto no es posible hoy en día e, incluso, los propios países democráticos están en riesgo si sus democracias solo funcionan de puertas para adentro. Europa necesita mostrar, como han hecho los trabajadores de los muelles, que una coherencia democrática puede convertir una parte de la industria bélica en una empresa donde los derechos están compartidos. Es decir, que los derechos de los trabajadores europeos no fulminen los derechos de otras personas que, por el efecto de una guerra -o de una represión autocrática-, solo tienen como opción migrar hacia la Unión Europea.

El autor es investigador del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra