Leo con alarma y tristeza que un nuevo proyecto de consecuencias medioambientales y paisajísticas inciertas, por no decir directamente negativas, se cierne sobre el entorno de la balsa de Ezkoriz o balsa de Zolina, ubicada en las cercanías de Pamplona, en Aranguren y Eguesibar. Si en 1999 fue, a iniciativas del Gobierno de Miguel Sanz, el proyecto de construir en su entorno una gran urbanización, llamada ciudad bioclimática, el que de haberse materializado habría transformado irreversiblemente este enclave, ahora la nueva amenaza es un proyecto experimental de planta fotovoltaica flotante, impulsado por la empresa global Acciona y la colaboración de Potasas de Subiza SA (Posusa), titular de los terrenos donde se ubica la balsa, cuya administradora única es la Sociedad de Desarrollo de Navarra (Sodena) del Gobierno de Navarra.

Como es sabido, la balsa de Ezkoriz tiene un origen industrial y fue creada en los años 60 del pasado siglo, en relación con la actividad minera de explotación de sales potásicas en la cuenca de Pamplona. Pero con el tiempo, lo que inicialmente no fue sino un vertedero de decantados, se ha transformado en un ecosistema único, la mayor masa de agua salina superficial de Navarra, rebosante de vida y, lo que si cabe es más importante, en un auténtico y didáctico laboratorio natural, donde día a día la naturaleza nos muestra como en pocos lugares sus mecanismos de colonización e integración biogeosférica de las acciones humanas. Como ya indicara la doctora en Biología María Ángeles Ibargutxi (Munibe, Ciencias Naturales, 59, 2011), las aguas de Ezkoriz constituyen hoy el hábitat de una floreciente población de la planta Ruppia drepanensis, por el momento el único lugar citado de esta especie hidro-halófila en Navarra, y quizás el más extenso en su límite septentrional de distribución. Numerosos insectos acuáticos viven asociados a esta planta fascinante, algunos de ellos con gran interés de conservación. La balsa de Zolina es muy conocida entre los ornitólogos y amantes de la naturaleza por el gran número de aves que la visitan y viven en ella, habiéndose censado el impresionante número de 241 especies, a sólo seis de la famosa y protegida laguna de Pitillas (Haritz Sarasa, DIARIO DE NOTICIAS, 12-9-2019). Ezkoriz se alza en nuestro territorio como un importante punto caliente de biodiversidad. Así lo recoge también la sección de medio ambiente de la página oficial del Ayuntamiento de Eguesibar.

En Ezkoriz una obra industrial se ha tornado, en mi opinión, en una magnífica e involuntaria obra de recuerdo u homenaje al antiguo mar o golfo pirenaico. Gran parte de Navarra ha surgido del mar. El sustrato geológico de la balsa está formado por margas de origen marino (tufa, en Navarra), antiguos fondos marinos emergidos y erosionados de la época geológica denominada Eoceno, de hace unos 40 millones de años, cuando gran parte del Pirineo era un golfo marino abierto al océano Atlántico. Las sales de sus aguas, provenientes de las clausuradas explotaciones de Beriáin y Zubitza, son las de aquel mar pirenaico, depositadas cuando a finales del Eoceno entró en regresión. Las aves que visitan y viven en la balsa imprimen en el barro las delicadas marcas de sus patas, huellas similares a las que aparecen fosilizadas en las areniscas de Liédena, registro de las últimas llanuras mareales y playas del Pirineo. Sobre el barro de Ezkoriz se desarrollan mucílagos coloreados de algas microscópicas que nos transportan a remotísimos escenarios del alba de la vida sobre el planeta. Agua, tufa y sal, microorganismos, aves y actividad humana, conforman en Ezkoriz un espacio singular de reflexión y recuerdo. El solitario paisaje se impregna de simbolismo. Ezkoriz es una metáfora del mar eocénico, con procesos y escenas que se repiten a lo largo de un tiempo cíclico y casi eterno.

Hoy la balsa y su entorno constituyen un bello paisaje por donde pasea mucha gente. A pesar de su cercanía a la conurbación de Pamplona, Ezkoriz es todavía un lugar tranquilo y, como añadiría el músico y ambientalista canadiense Raymond Murray Schafer, con un rico paisaje sonoro de campo. En Ezkoriz hay elementos derivados del uso del territorio de gran fuerza plástica. Los artistas alemanes Bernd e Hilla Becher quizá habrían encontrado motivos para fotografiar e incluir entre sus esculturas anónimas algunas de las tuberías y otros elementos de las instalaciones industriales junto a la presa de la balsa. El paisaje agrícola es una gran y cambiante exposición anual de Land Art encontrado. Sus artífices son los agricultores. Los campos cambian de color y textura con las estaciones. Los montones de piedras entre las piezas imitan las siluetas de los montes. Tras las cosechas, las pacas de paja, dispersas o amontonadas en enormes paralelepípedos, forman efímeras instalaciones de arte involuntario, arquitectura minimalista, concentrados de energía solar, aire y sustancias del antiguo fondo oceánico.

La defensa del paisaje es la defensa del patrimonio; un foro donde convergen y son necesarios todos los gremios. La reivindicación moderna del paisaje como unidad patrimonial puede ser una de las claves para la reformulación de la conciencia ecológica y la creación de una nueva cultura de vuelta a la naturaleza. En la pasada década de los 70 el geógrafo chino-estadounidense Yi-Fu Tuan introdujo el término topofilia para nombrar el amor a la tierra, el vínculo afectivo entre la gente y el lugar. El ecólogo español Santos Casado (Quercus, 334, 2013), sostiene que la topofilia debería ser uno de los criterios a considerar cuando se pretende intervenir en un territorio. Antes de modificar un lugar también sería necesario preguntar a las gentes qué es lo que quieren y sienten al respecto. Somos muchas las personas que hemos perdido los lugares de la niñez, los lugares del alma, en mi caso ubicados en la muga entre la ciudad y el campo, sellados por el desarrollismo del asfalto y el cemento. Ahora hay entidades que, con el discurso de la sostenibilidad y las energías limpias, “expertos en diseñar un planeta mejor”, sin cuestionar la urgente necesidad de un cambio de modelo socioeconómico, pretenden sellar, esterilizar, hasta el agua.

Desde estas líneas deseo sumarme a las voces e iniciativas que se han levantado y emprendido en oposición a este proyecto de planta fotovoltaica, tales como una parte del vecindario de los valles de Aranguren y Egüés, del propio Ayuntamiento del valle de Aranguren, del grupo municipal de Geroa Bai en el Ayuntamiento de Eguesibar, del Fondo Navarro para la Protección del Medio Natural (Gurelur), de los y las entusiastas naturalistas que alimentan el blog Aves de la balsa de Zolina o del ornitólogo Haritz Sarasa, entre otras. Ezkoriz debe continuar siendo un lugar al que poder volver. A estas alturas de los tiempos resulta casi increíble que este excepcional enclave a las puertas de Iruñea, inmenso regalo y activo de la naturaleza en Aranguren y Eguesibar, ejemplo de la creatividad de sus respuestas ante la agresión humana y lugar donde confluyen armónicamente numerosos elementos de la biodiversidad, geodiversidad y también del patrimonio cultural, agrícola e industrial, no esté todavía protegido.

El autor es doctor en Biología, catedrático de Paleontología de la Universidad del País Vasco y autor del opúsculo titulado ‘Un homenaje al Mar pirenaico en la Balsa de Ezkoriz’ (Monografías del Valle de Aranguren, 2006) y del artículo ‘Recuerdo al mar en Ezkoriz, Tunelboca y Ereño. Propuestas para un arte medioambiental encontrado’ (Euskonews, 2011)