dos palabras leídas estos días rebotan en mi cabeza como pelotas en la pared de un frontón: Bibliocausto, ojeada en Internet, me lleva a la Biblioteca de Alejandría, receptáculo y faro magno del pensamiento del mundo antiguo, incinerada mediante la afirmación obscena de que al Corán, sabiduría perfecta, le sobraban los libros de elogio o retractación. Síntesis perfecta del analfabetismo. La otra palabra es paletismo, insulto de un agente político, que define a persona de escasa educación y formación cultural, de malos hábitos sociales.

Bibliocausto hubo en Tolosa, 1936, tomada en el avance de las tropas de Mola. Quemaron en la plaza Zaharra libros en euskera de la biblioteca pública y de la decomisada Editorial López Mendizabal, incluido el Xabiertxo. Aprovecharon para carbonizar obras de ideología heterodoxa que los militares consideraba ofensivas para su afán de redimir al pueblo de los males emanados del fondo bibliográfico. El libro malo debía ser quemado. Hombre o mujer malos, reos de confiscación, cárcel o fusilamiento. Lo oímos en el 81 en boca del reincidente Tejero: Todo el mundo quieto. La orden que siguió fue todo el mundo al suelo. A merced de los redentores de la patria, los elegidos por el voto popular se vieron humillados e impotentes. Que unos llevaban armas, los otros no.

A finales del S. XIX en Nabarra, tras dos guerras perdidas y abolidos los Fueros por el centralismo de una Madrid vencedora, hubo intelectuales que trataron el rescate de su alma, varias veces milenaria, esa condición única tenemos en Europa, de semejante derrota. Compromiso ejecutado por hombres honrados, vinculados a la política de su momento, concejales o diputados, fieles al mandato de sus votantes. Estanislado Arantzadi, Salvador Echaide, Esteban Ibanos, Fermin Iñarria, Juan Iturralde y Suit, Nicolás Landa, Francisco Navarro Villoslada, Serafin Olave, Herminio Oloriz, entre otros ilustres nombres de la cultura, gloria para cualquier pueblo, destacando a Arturo Campion, aunaron esfuerzos con escritores, pensadores y políticos de los otros territorios vascos incluyendo Iparralde, para reunirse en asociaciones culturales, logrando crear la Asociación Euskara, 1877, cuyas actividades culturales fueron beneficiosas y múltiples. Su meta era “conservar y propagar la lengua, literatura e historia vasco-navarra, estudiar su legislación y procurar cuanto tienda al bienestar moral y material del país”. Honorable objetivo cultural y político, humano y civilizador.

A principio de siglo XX, considerada la prensa principal aliento de las ideologías y de la información de los sucesos, al alcance de una ya mayoría alfabeta, con generosas contribuciones particulares, se instauró en 1923 el periódico La Voz de Navarra, sito en la calle Estafeta. Sus colaboradores, afiliados en mayoría a EAJ/PNV, fueron, entre otros, Estanis y su hijo Manuel Aranzadi, Serapio Esparza, Leopoldo Garmendia, Manuel Irujo, Joaquin San Julián, Ramón Unzu, Manuel Zarranz... No sólo intervinieron en la fundación económica del periódico, sino que colaboraron literariamente en el mismo que en 1936 se situó como el segundo periódico mas leído de Nabarra. Mientras instituían, también de forma generosa, batzokis o sitios de reunión y enseñanza del euskera, música y bailes vascos, todo prohibido o menospreciado.

Dado el golpe militar de Franco, Sanjurjo y Mola, este último operando en Iruña, tras fusilamientos, incautaciones y encarcelamientos, apartaron del caudal de Bibliotecas y Archivo de Nabarra, importante soportes en euskera o que aclaraban puntos históricos. El Index Librorum Prohibitorum fue realidad implacable tras el breve respiro republicano. Y se embarga La Voz de Navarra para montarse sobre su maquinaria, tinta y papel (material no contaminante) por el sacerdote Yzurdiaga, el cura azul, un hombre extremo en su ideología falangista, el Arriba España, con esta declaración de intenciones: “¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Camarada! ¡Por Dios y por la Patria!”.

Así fueron las cosas en aquel tiempo donde el estado totalitario igualaba pensamientos, aplastaba opiniones, amedrentaba voluntades, anulaba curiosidades, marchitaba imaginaciones, intentando ralentizar el progreso durante cuarenta años. La fórmula de todo al mundo quieto y al suelo y Libro malo al fuego, cogidas de la mano, aun tras cuarenta años de democracia, surge como brote maléfico o aire viciado de la combustión de los bibliocaustos... tenemos a un cargo público que insulta la historia y la sensibilidad de otras comunidades, entre ellas Nabarra, reino conquistado a sangre y fuego y por lo que se debería pedir perdón que no menosprecio.

Que en vez de intentar estos agentes políticos, financiados con dinero público, ser instrumento razonable de solución de problemas, mantengan el empeño manipulador del insulto, prevaleciendo en ellos un ánimo mezquino, aliento del paletismo, en el intento de reducir el pensamiento humano a un listado de ideas primarias. Tan afrentoso como retirar de un mausoleo conmemorativo de esa comunidad y por orden de un alcalde, un poema de García Lorca, de los mas grandes poetas de la Literatura castellana y a quien las fuerzas del mal privaron de la vida que no de la voz. De este maestro del verbo y la idea, recojo esta frase, entre las muchas conque adorna nuestros pensamientos y ensancha nuestras mentes y conmueve nuestros corazones, miel que destila humanidad y perfuma nuestros sueños... “¡Libros! ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir “amor, amor” y que debían los pueblos pedir como piden pan”.

La autora es bibliotecaria y escritora