eguimos confinados. Pasando del blanco al negro, del optimismo al pesimismo, de la duda a la seguridad, de lo recomendado a lo exigido, vamos resistiendo día a día en nuestro purgatorio. Y el virus ha hecho que esta cuarentena esté coincidiendo con la Cuaresma católica. Tras aquel 26 de febrero, Miércoles de ceniza, en que se nos recordaba que somos polvo y en eso acabaremos, comenzaron a llegar las pruebas que lo demuestran. ¡Qué duro! Sociedades del primer mundo, aparentemente inexpugnables, sufriendo la cruda realidad de la endeblez del ser humano. Y aún nos preguntamos si nos merecíamos esto. Nos lo preguntamos los ciudadanos que celebramos con alegría los carnavales a pesar de que es una minoría la que vive la Cuaresma. Y nos preguntamos quién es quién para decirnos cómo tenemos que vivir. ¿Quién osa limitar nuestros movimientos e inmiscuirse en nuestro derecho de autogobierno?
Y en estas los profesionales de la sanidad se vuelcan, los maestros y profesores de todos los niveles académicos se vuelcan, los agricultores, los ganaderos, los transportistas, los comerciantes, los y las… se vuelcan. Y algunos periodistas empiezan a ensalzar la vocación. Y las gentes recluidas, ávidas de expresión corporal, salimos a las ventanas, balcones y terrazas para aplaudir, gritar, silbar, cantar y bailar… y lo dedicamos a los trabajadores con vocación, a los que están dispuestos a hacer cualquier cosa por cumplir con su oficio y atender al cliente. Espero que lo hagan más por su propia satisfacción personal que por desear una mejor recompensa a su trabajo. Vienen tiempos duros.
Duele mucho contemplar la imprevisión. Duele ver trabajar a los vocacionales sin los medios que precisan. Pero no estuvimos a tono cuando reclamaban por las calles, por la prensa: ¡No a los recortes - Murrizketarik, ez!
Está siendo satisfactorio descubrir la enorme capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias, la velocidad de fabricación y montaje de nuevos recursos, comprobar la gran cantidad de personas que ya venían haciendo teletrabajo. Algunas familias están descubriendo que una prioridad en sus gastos debería haber sido adquirir un ordenador portátil y una webcam. Pero, ¿qué dice usted? ¡A mí me van a decir en qué debo gastar mi dinero!
Los científicos nos siguen diciendo que vamos muy mal, que dar la espalda a la naturaleza tiene graves consecuencias. Pero ya lo dijeron en 1972, en la Conferencia de Estocolmo. Fue la primera vez que, a nivel mundial, se manifestó la preocupación por la problemática ambiental global con el Informe del Club de Roma Los límites del crecimiento. Y en 1987 llegó el Informe Brundtland, que formalizó el concepto de Desarrollo Sostenible. Y la Conferencia de Río de Janeiro en 1992, con las Agendas 21 y la creación de la Comisión para el desarrollo sostenible de las Naciones Unidas… Los maestros y profesores lo enseñábamos en las aulas, pero las semillas caían en suelo estéril. Ya vemos el resultado. Las naciones no podemos estar más separadas. Sálvese quien pueda.
Por eso lo mejor es ir pensando en cómo vamos a afrontar la próxima pandemia y qué actuaciones hemos de desarrollar en lo local pensando en lo global. Porque éste u otro virus volverá a fijar su supervivencia en nuestros cuerpos.
“Va a costar recuperar la normalidad”, dicen. ¿Qué normalidad?, me pregunto yo. La mejor lección sería la que nos llevara a un espíritu de concordia que evitara este cainismo. Sólo hay que ver los múltiples vídeos, mensajes de enfrentamiento que circulan estos días por nuestros móviles.
Acabo con una referencia histórica. Cuando en 1990 se aprobó la LOGSE, dando paso a una reforma educativa de enorme calado, pretendiendo situar a las nuevas generaciones de españoles, a todos y todas, al nivel de los países más desarrollados, al sistema existente le sentó como un coronavirus. Ni el profesorado, ni los medios materiales, ni las familias estábamos preparados, especialmente el amplio sector de centroderecha, a hacer algo para adaptarse a los cambios. Comenzó un calvario que aún no ha terminado… y han pasado 30 años.
Simplificando, hay dos formas de aplicar medidas que mejoren al conjunto de la sociedad. Que rescaten a todas las personas, sin que nadie quede atrás. Se llaman socialismo y liberalismo. De aquí vamos a salir o con más estadio o con más libertad individual. Menos mal que el actual Gobierno lo tiene claro… y la oposición también. Por ahora los ciudadanos decidimos. No es poco. ¡Al tiempo!
El autor es profesor jubilado