l Ayuntamiento de Iruñea acaba de suspender oficialmente los Sanfermines. Se nos ha recordado que es la quinta vez en 120 años que esto ocurre. Esta vez, el carro ha ido por delante de los bueyes y ha sido el Ayuntamiento quien ha adoptado el acuerdo, sin contar con las peñas ni con los grupos que conforman la Mesa de los Sanfermines. Si bien es cierto que ningún colectivo se había manifestado en favor de mantener las fiestas, es evidente que su opinión y propuestas debían haber sido escuchadas y consideradas. Al menos al mismo nivel que las de la hostelería, la Meca, La Pamplonesa o el Arzobispado, que, parece ser, sí han sido valoradas, según ha afirmado la alcaldesa en funciones. La participación ciudadana y popular ha descendido muchos enteros en estos 42 años. Los lobbies hoteleros y catedralicios, por el contrario, han ascendido bastantes puestos.

Los Sanfermines no será lo único afectado por el coronavirus. Sin que nadie sepa aún su dirección ni profundidad, las consecuencias de esta pandemia se van a extender al terreno laboral, social y político. También el marco de nuestra vida cotidiana, al menos en lo inmediato, va a sufrir importantes cambios. En previsión de todo ello, el Gobierno ha hablado de la necesidad de llegar a unos amplios y profundos acuerdos, poniendo como ejemplo los Pactos de la Moncloa de 1977, cuyo marco actual, a propuesta del PP, será el de una Comisión parlamentaria del Congreso.

De la suspensión de 1978 algunos medios de difusión estatal han afirmado que fue debida a los "lamentables sucesos en los que murió un joven, Germán Rodríguez". Nadie sabe así si su muerte fue debida a cornada en el encierro u otra razón similar. Se oculta o difumina que la causa de la suspensión fue, sin embargo, una agresión policial de carácter criminal padecida por el conjunto de la población de Iruñea y los miles de personas que aquel fin de semana acudieron a disfrutar de los Sanfermines.

Lo de aquel año fue un tanto distinto a lo de ahora. Las fiestas, más que suspendidas, fueron reventadas por la Policía a porrazo, pelotazo y tiro limpio. Darles continuidad era imposible, porque, ¿quién podía seguir cantando y bailando sabiendo que había habido un muerto, once heridos de bala y más de trescientas personas atendidas en centros hospitalarios?, ¿quién, de las 20.000 personas gaseadas en la plaza de toros, estaría de humor para acudir de nuevo a aquel matadero a merendar?, ¿quién, de los que hubieran oído la grabación de la emisora policial ordenando "¡Disparar con todas vuestras energías! ¡No os importe matar!", iba a salir a la calle con sus hijos e hijas a ver los gigantes y kilikis?

Así lo entendieron desde el primer momento las peñas sanfermineras, quienes en un comunicado emitido a las 02:00 horas del día 9 de julio suspendieron todas sus actividades. Los días siguientes no hubo ya encierro ni toros. Tampoco actos festivos. Después, el 11 de julio, tras la noticia de un nuevo asesinato policial en Donostia -Joseba Barandiaran-, en una manifestación en solidaridad con Iruñea, el Ayuntamiento suspendió ya oficialmente las fiestas. Pero, repetimos, los Sanfermines ya no existían. La Policía los había dinamitado el día 8.

La violencia padecida en los Sanfermines de 1978 había venido precedida de la represión policial vivida aquel mismo año el 1º de Mayo. En Iruñea coincidieron en la misma convocatoria todas las centrales sin excepción: CCOO, SU, UGT, LAB, CSUT, USO, ELA, CNT... También lo hicieron en el lema de la convocatoria: el rechazo a los Pactos de la Moncloa firmados medio año antes, en octubre de 1977. "La crisis la paguen los capitalistas", se gritaba en los cortejos sindicales.

La manifestación de Iruñea fue la única reprimida en todo el Estado. Varias docenas de personas fueron atendidas en centros sanitarios. Tras la firma de los Pactos de la Moncloa, Martín Villa, entonces ministro del Interior, afirmó: "no hay que confundir democracia con falta de autoridad"; hay que tener "un amplio criterio de libertad en el terreno de las ideas y restrictivo e inflexible en la calle". Aquel 1º de mayo, la Policía estaba dirigida por el comandante Ávila, recién llegado de la Legión. El mismo que, dos meses después, dirigiría la barbarie del 8 de julio. Ambas violencias, la del 1º de mayo y la de Sanfermines, respondían así a la ruptura democrática exigida entonces en aquella Nafarroa, que había pasado de ser provincia leal al régimen a territorio rebelde.

Hoy, como ayer, vivimos en un marco político, institucional y social en profunda crisis. La salida impuesta entonces por el poder fue la Ley de Amnistía, los Pactos de la Moncloa, la Constitución y la OTAN. Hoy, las movilizaciones del 11-M, de los pensionistas, las del movimiento feminista, el proceso catalán, la solidaridad en torno los jóvenes de Altsasu, la exigencia de acercamiento de los presos y presas vascas€, reflejan la crisis del régimen actual. La pandemia del coronavirus ha puesto de manifiesto grietas esenciales en el andamiaje neoliberal. Y, hoy como ayer, el golpe de timón que se necesita puede ir en una dirección de cambio democrático y social o de involución. En el ámbito de los Sanfermines, lo que nos estamos jugando es la consolidación de un modelo impuesto desde arriba, ni popular ni participativo, en el que primen los intereses de quienes todo lo analizan en términos de beneficio y de fiesta espectáculo para el turismo.

Los Sanfermines han sido suspendidos por el Ayuntamiento. Esto no debe impedirnos que la exigencia de verdad, justicia y reparación para con la agresión policial de aquel 8 de julio de 1978 siga estando presente también este año el 8 de julio. Adoptando, por supuesto, cuantas precauciones sanitarias sean necesarias, activaremos nuestra imaginación para que Martín Villa y demás responsables de aquellos crímenes (Germán y Joseba), y de la larga noche franquista, sean juzgados y condenados. Seguramente será bajo otros formatos, pero, como siempre, buscando la más amplia participación ciudadana.

Firman este escrito: Miren Egaña, Odei Garcia de Azilu, Aitor Garjon, Amaia Kowach, Fermín Rodríguez, Presen Zubillaga, miembros de Sanfermines-78: gogoan!