ran las ocho de la tarde, las ocho en punto de la tarde del 18 de julio de 1936; en la plaza de San Francisco de Pamplona estaba formada la guarnición de 80 guardias de la Comandancia de la Guardia Civil de Pamplona para partir hacia Tafalla para armar una línea de defensa, según órdenes dadas por el inspector general de la Guardia Civil, general Sebastián Pozas. El comandante en jefe, teniente coronel José Rodríguez Medel Briones, quiere acercarse antes al Gobierno Civil para dar cuenta del malestar que esas órdenes han causado en su tropa, y de su entrevista del día anterior con el general Emilio Mola, y volver a arengar a las tropas y cumplir con la órdenes de partir para Tafalla. Al salir del cuartel en la calle Ansoleaga para dirigirse a la formación, su chófer, al que el teniente coronel le llamaba familiarmente "tío", le descerraja dos tiros por la espalda que le causan la muerte inmediatamente. Tenía 47 años.

Rodríguez Medel llevaba pocos días en Pamplona, era la segunda vez que estaba destinado en Pamplona, la primera en 1908, y viene esa segunda vez, nombrado comandante en jefe de la Guardia Civil de Navarra por el presidente del Gobierno. Mola consideró ese nombramiento un obstáculo para sus planes de sublevación. De hecho Medel había presentado sus respetos al gobernador de Navarra y al alcalde de Pamplona, Tomás Mata, pero no así a la autoridad militar, de la que Mola era jefe.

Mola lo tomó como una afrenta personal, haciéndole llamar a Capitanía. El comandante acudió con el uniforme del cuerpo. El general le indicó que debía dejar el sable fuera del despacho, a lo que le contestó que sin el sable de la uniformidad no entraba, pues estaba allí ostentando el cargo que como jefe de la Comandancia de la Guardia Civil en Navarra le corresponde.

Todos los indicios llevan a concluir que Mola fue el que ordenó el asesinato de Rodríguez Medel. El día antes había declarado. El general Mola el veinticuatro de junio de 1936 había dicho lo siguiente: "En este trance de la guerra yo ya he decidido la guerra sin cuartel. A los militares que no se han sumado al Movimiento, echarlos y quitarles la paga. A los que han hecho armas contra nosotros, contra el ejército, fusilarlos. Yo veo a mi padre en las filas contrarias y lo fusilo".

El diecinueve de julio de 1936, el general Mola pronuncia las siguientes palabras: "Hay que sembrar el terror... Hay que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos no vacilación a todos los que no piensen como nosotros".

Medel había nacido en Siruela, provincia de Badajoz, el nueve de diciembre de 1888. Era hijo de militar. Estudia la carrera militar, saliendo con el grado de teniente. En la academia militar coincide con Emilio Mola Pamplona como teniente de la Guardia Civil en el año 1908. En Pamplona conoció a la que sería su mujer y madre de sus siete hijos, la pamplonesa Lucía Carmona, con la que contraería matrimonio, el veintiuno de septiembre del año 1911 en la conocida iglesia pamplonesa de San Nicolás. Transcurrido el período que el régimen disciplinario militar de la época le obligaba permanecer soltero, se casó.

Su esposa, Lucía Carmona, al enterarse de la noticia del asesinato viajó a Pamplona con su hija María para hacerse cargo del cuerpo. Mantuvo en secreto para sus hijos y familiares la versión real de los hechos con el fin de que el Instituto Armado no le diera la espalda en los costes de la educación de sus hijos, varios de ellos fueron después oficiales de la Guardia Civil. Todos lo sabían pero no se hablaba de ello.

Rodríguez Medel fue enterrado en el cementerio de Pamplona, primero le ofrecieron una fosa común como único descanso, pero una amiga de la familia Lucía Iglesias, dejó el panteón de su familia. Con el tiempo, cuando murió Mola, le enterraron enfrente de Medel, una ironía de la historia.

Pero no siempre Medel estuvo en la Milicia. Permaneció poco tiempo en la capital navarra y se traslada a Granada con su familia, abandonando el cuerpo de la Guardia Civil. Aprovecha su estancia en Granada para obtener el título de ingeniero mecánico, con la finalidad de conseguir mayores ingresos con los que atender a su familia numerosa. José Rodríguez Medel había sido alumno de la Institución Libre de Enseñanza.

Rodríguez Medel aprovecha para optar por acogerse a la situación de supernumerario sin sueldo, postura que le permitía mantenerse en el escalafón militar, para así dedicarse a un trabajo civil, que le proporcionara mayores ingresos para atender a su familia. Desde que deja la Guardia Civil y con su regreso a Granada, se dedica a dar clases de matemáticas que era su gran pasión. Funda una Academia de Álgebra y Matemáticas; en 1922 escribió un libro de aritmética que marcó una época.

José Rodríguez Medel fue el prototipo de militar republicano, intelectual y leal a su Gobierno. Prueba de ello fue la entrevista que tuvo con Mola.

Mola. Quiero hablarle, no en plan general, sino de compañero. He decidido sublevarme para salvar a España, contra un gobierno que nos lleva a la ruina y al deshonor y le llamo para decírselo y para saber si está usted dispuesto a sumarse al movimiento que ha de estallar dentro de unas horas.

Rodríguez Medel. Yo no puedo secundar ese movimiento.

M. Le advierto a usted que cuento con toda la guarnición y con toda la provincia.

R.M. Yo cuento con mi fuerza.

M. ¿Cree usted?

R. M. Sí, señor.

M. Lamento su decisión. Mire que va a ser muy duro tener que enfrentar mis tropas con la Guardia Civil.

R. M. La Guardia Civil seguirá al lado del Gobierno. Ahora y siempre defenderé al Gobierno de la República como poder constitucional. Esa es mi postura.

M. Entonces, ¿No le importa nada la salvación de España€? ¿Qué haría si se implantase, dentro de unos días, el comunismo en nuestra patria?

R. M. Cumpliría con mi deber.

M. ¿Y cuál es su deber?

R. M. Obedecer las órdenes del poder constituido.

M. Sí, pues aténgase a las consecuencias.

R. M. Supongo que no será una amenaza o una encerrona, mi general.

M. Usted no me conoce. Para eso no le hubiera llamado. Puede irse bien tranquilo, porque, por lo que a mi atañe nada que temer, ni en su vida ni en su libertad. Adiós.

R. M. A sus órdenes, mi general.

Y en la última arenga que dirige a sus soldados. "Supongo que todos estaréis dispuestos a seguirme. No tengo por qué decir a dónde ni con qué objeto, porque los militares tienen la obligación de seguir a sus jefes sin más. Lo único que puedo decir es que es preciso hacer un esfuerzo supremo, del que necesita el Gobierno es estos instantes".

Termina la arenga con un "Viva la República". Se produjo un silencio y nuevamente grito "Viva la República", y esta vez fue respondido con "Viva España".

La verdad es que un demócrata como este no ha sido aplaudido casi nunca, y menos desde el poder. Ochenta y cuatro años después de su asesinato, hay que reclamar un homenaje y un reconocimiento a su figura.

El autor es miembro de la Junta Republicana de Izquierdas de Navarra