ace 100 años, en 1920, el ingeniero e inventor cántabro Leonardo Torres-Quevedo diseñaba el aritmómetro, es decir, la primera calculadora digital, el antecesor del ordenador moderno. Este equipo constaba de una memoria, una unidad aritmética-lógica que incluía totalizador, multiplicador y comparador, y una unidad de control con la que elegir el tipo de operación. Por último, una máquina de escribir hacía las veces de interfaz gráfica, ya que los datos para las operaciones se introducían mediante su teclado y los resultados se imprimían en un papel.

¿Qué tenía por dentro esta prodigiosa máquina? Pues circuitos lógicos basados en relés, es decir, elementos que combinaban la mecánica con la electricidad. Esta máquina fue la joya que coronó la carrera profesional de Leonardo, mientras que su obra titulada Ensayos sobre Automática dejaba constancia de que una nueva ciencia, la Automática, iba a revolucionar la sociedad en las siguientes décadas. En aquel trabajo describía los autómatas tal y como lo hacemos en la actualidad, con unos sentidos que hoy llamamos sensores, con unos miembros que se conocen como actuadores, con energía para ejecutar las tareas y con capacidad de discernimiento. El aritmómetro cumplía todos esos requisitos. También los satisfacía el autómata ajedrecista, es decir, un robot capaz de jugar una partida de ajedrez contra una persona. La partida se disputaba, por parte del autómata, con una torre y un rey, mientras que el humano disponía de un rey. Sea cual fuera la posición de las piezas el autómata, este ganaba la partida tarde o temprano. El sistema también incluía la opción de que si la persona efectuaba un movimiento ilegal se encendía una luz roja. Leonardo incluso se preocupó de llevar la cuenta del número de infracciones; si el humano ejecutaba tres movimientos falsos el autómata apagaba sus lámparas y colocaba sus piezas en posición de inicio.

Fue la primera manifestación de inteligencia artificial en una máquina; también el antecesor de los videojuegos. Leonardo se adelantó varias décadas al futuro. Otra de sus creaciones fue el telekino, el primer mando a distancia, con el que logró mover en cualquier dirección y hasta una distancia de dos kilómetros una embarcación en Bilbao, ante los atónitos ojos de una multitud de personas entre las que se encontraba el mismísimo rey de España.

Por si fuera poco, también revolucionó el diseño de las máquinas analógicas, de los dirigibles y creó el primer teleférico (el que hay en las cataratas del Niágara es diseño suyo y lleva más de cien años sin haber dejado de funcionar)

Pero por desgracia apenas se conoce a este personaje que a la vez destacó en el campo de las letras, llegando a ocupar la silla de Benito Pérez Galdós en la Real Academia Española de la Lengua. Desde esta posición, y con el anhelo de que los pueblos de habla hispánica recuperaran el puesto internacional que les corresponde, impulsó la compilación de un diccionario castellano tecnológico, con el objetivo de unificar los términos en el campo de la ciencia en castellano.

En lo humano también fue un portento. Ante los elogios de un amigo suyo por los éxitos que había cosechado, Leonardo se limitó a contestar: "Yo solo he aprendido a estudiar". Humilde, sencillo y con una sonrisa en el rostro; así lo describen quienes le conocieron. Normal que la infanta Isabel dijera de él: "Es un sabio y un señor".

También le gustaba conversar, participar en juegos, deportes y contemplar las corridas de toros. Aunque el auténtico motor de su vida fue su honda espiritualidad. Comulgaba todos los primeros viernes de mes y su hija, Valentina, le encontró una vez leyendo el catecismo con tanto interés que le dijo: "Papá, a lo mejor no comprendes del todo los misterios que la fe nos ofrece, como yo tampoco entiendo tus inventos". Don Leonardo se quedó mirándola y respondió cariñosamente, con voz en la que vibraban la convicción y la veneración hacia las sublimes realidades con que se enfrentaba:

¡Ay, hija, es que de Dios a mí hay una distancia infinita!

Los últimos días de vida del genio coincidieron con la Guerra Civil. A pesar de que caían bombas, se evacuaban barrios y los asesinatos eran frecuentes, se le administraron los sacramentos y, en varias ocasiones, repitió estas palabras: "Memento homo, quia pulvis eris et inpuvereme reverteris". "Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás". Es una cita bíblica que se recita muy habitualmente en Cuaresma. Por muchos logros que hubiera obtenido, Leonardo sabía bien que nada material nos vamos a llevar de este mundo para el otro. Su principal tesoro era ese corazón sencillo, en comunión con Cristo, que había pulido a lo largo de tantos años, y todas las amistades que había cosechado fuera y dentro del laboratorio, en especial su familia.

El autor es profesor de la Universidad Pública de Navarra