a palabra hecatombe designaba originalmente, en la Antigua Grecia, un sacrificio religioso de cien bueyes. Muy pronto, la palabra se extendió a todo gran sacrificio, independientemente del número de víctimas y del animal. Popularmente se usa para señalar una gran catástrofe, con gran mortandad: un suceso trágico en el que se produce una gran destrucción y muchas desgracias humanas y materiales. ¿Podemos calificar los efectos de esta pandemia incontrolable como hecatombe?

En amplios sectores de la población se ha generado una situación de temor/pánico, sentimiento que incorpora elementos significativos de irracionalidad, pero que tienen profundas raíces en elementos antropológicos y en hechos ocurridos a lo largo de la historia de la humanidad. A esta epidemia de pánico contribuye de forma significativa la ausencia de una información rigurosa por parte de las autoridades políticas y sanitarias, así como las dudas que suscita la aplicación de un plan creíble para confrontar esta pandemia. Los recortes y privatizaciones de los últimos años en el sistema sanitario interfieren en la puesta en pie de ese plan. Es evidente que vivimos en un mundo en el que el pensamiento irracional avanza como una mancha de aceite en el papel. Sería difícil que en este asunto tan sensible se instaurase el pensamiento racional.

Como todos los graves problemas a los que se ha enfrentado la humanidad, la epidemia del covid-19 puede servir para avanzar en todos los sentidos, incluyendo el del pensamiento racional, además de los avances científicos en temas de salud. O por el contrario, puede ser un momento para la involución social, de avance del irracionalismo y deterioro de los avances científicos. Estamos asistiendo a ambos fenómenos de forma simultánea, pero es importante esforzarse para que el debate caiga en el campo de la racionalidad y como en otras crisis anteriores de diversa naturaleza, suponga finalmente un avance de la civilización.

Las enfermedades infecciosas no han dejado nunca de estar presentes en la realidad, en mayor o menor medida; y lo seguirán estando en el futuro. Haber bajado la guardia ante esta cuestión, desde al menos una parte de los sistemas sanitarios en occidente ha sido un problema que aún se puede rectificar. Esa bajada de guardia por parte de un sector importante de los profesionales de la sanidad ha tenido un gran impacto en la opinión pública en general, que en algunos momentos ha llegado a considerar a las enfermedades infecciosas como cosa del pasado. La humanidad sigue siendo frágil y cada día nos lo demuestran los fenómenos climáticos, los fenómenos sísmicos, pero también las enfermedades en todo su amplio espectro, como las infecciosas, tanto la reactivación de las viejas como la aparición de nuevas enfermedades. Solamente el avance civilizatorio y muy especialmente los sistemas sociales colectivos, tanto en temas de salud como de prestaciones sociales, pueden mejorar esa fragilidad y pueden fortalecernos como especie humana. El individualismo asociado al neoliberalismo y habitualmente al irracionalismo debilita ese avance y tiende a fragilizar a la humanidad en su conjunto.

El pico en las infecciones de covid-19 se parece más a una segunda ola. Afortunadamente, las hospitalizaciones aún son menos frecuentes que durante el primer pico de la primavera, y parte del aumento puede ser el resultado de que ahora se hacen más pruebas. Aun así, con razón o sin ella, los Gobiernos recurren al mismo instrumento que utilizaron en primavera: cerrar restaurantes, pubs, escuelas, oficinas y tiendas para que todos nos quedemos en casa. Hasta que haya una vacuna, los cierres esporádicos serán la única de mantener el virus bajo control.

Después de sobrevivir a la primera oleada, las empresas quizá podrían afrontar uno o dos meses más de parón. Los supermercados tienen sus sistemas de reparto operativos; los restaurantes saben cómo atender pedidos a domicilio; las escuelas imparten sus lecciones por internet, e incluso los peluqueros se desplazan a las casas de sus clientes. Si hay otro confinamiento total, saben cómo responder. Sin embargo, hay un problema. El nuevo bloqueo va a ser muy diferente, y no todo lo que encajó en su lugar la primera vez funcionará una segunda vez.

Ahora, los Gobiernos van a tener menos margen de acción. Los programas masivos de ayuda tenían sentido cuando se esperaba que la economía se congelara sólo durante un par de meses. Sin embargo, un segundo confinamiento cambia el escenario por completo. Todas esas ayudas a unas empresas que van a volver a quedar inactivas parece ya inasumible. ¿El resultado?: los despidos serán ya inevitables en muchas empresas.

La reactivación del consumo también va a ser un problema. El gasto se hundió en primavera, aunque se recuperó notablemente después. Había mucha demanda reprimida que se liberó de repente al reabrir las tiendas. El problema es que la segunda vez no ocurrirá lo mismo. Si los consumidores temen por sus trabajos, gastarán menos y ahorrarán más. Las compras se pospondrán. La demanda va a caer y eso puede convertirse rápidamente en un círculo vicioso.

El mundo entero ha sido testigo del colapso más rápido y profundo en la producción que se haya registrado nunca. Las acciones se derrumbaron en marzo, pero se recuperaron rápidamente. Pero hay que tener en cuenta que no ha habido una recesión en la historia que no haya desencadenado también algún tipo de crisis financiera. La caída de nuevo de las bolsas están anunciando un segundo confinamiento. ¿Qué pasará entonces?

Con enormes cantidades de ayudas públicas, mucha innovación, y aprovechando al máximo la tecnología, la mayoría de las empresas han salido adelante y el sistema financiero también. Ha habido cierres, especialmente entre los minoristas y las cadenas de restaurantes, pero no han sido tan masivos como se preveía. Sin embargo, eso no debería alimentar el más mínimo optimismo sobre el impacto económico de una repetición del confinamiento.

El autor es economista