ambio o persistencia son desde la antigüedad dos formas de concebir la vida. El río siempre distinto de Heráclito o el río que es, estable, de Parménides. Cómo experimentamos ambos, porque ambos son ciertos. Qué elegimos. Cuál prevalece hoy día.

"La cultura líquida moderna ya no se concibe como una cultura de aprendizaje y acumulación. Ahora parece, más bien, una cultura de la desvinculación, discontinuidad y olvido", apunta Zygmunt Bauman en su libro Vida líquida. En un mundo tan fugaz en donde todo se devora y se consume ininterrumpidamente, ¿es acaso posible encontrar en nuestra existencia la durabilidad, tan esquiva para los humanos? Es decir, alcanzar un estado que nos dote de continuidad y estabilidad.

¿Es por lo tanto posible afrontar la desvinculación, la discontinuidad o el olvido de los que habla Bauman desde el mundo del sentir cuando desde el individualismo exacerbado se nos induce a la soledad aislada con respecto al otro? No es una tarea sencilla cuando en esta cultura consumista estamos expuestos a patrones como el de usar y tirar indefinidamente. Una compulsión que desestabiliza y propicia la reiteración de determinadas reacciones emocionales y sentires como la desazón, la insatisfacción permanente o la ansiedad, lo que propicia, asimismo, actitudes y predisposiciones que nos llevan a trabar vínculos poco perdurables. A esto se añaden las voces que alientan a la desafección, al rechazo o a la insensibilidad afectiva hacia determinados grupos o colectivos, precisamente los más vulnerables y poco útiles para el mercado.

Entonces nos preguntamos si es que se puede llegar a sentir de una manera más estable cuando, además de estar expuestos y asediados reiteradamente por la desestabilización emocional, sabemos que el sentir es fugaz. Sentimientos y emociones -éstas más breves e intensas que los sentimientos- producen los distintos estados de ánimo, son vivencias íntimas, a veces paradójicas, que se caracterizan precisamente por ser cambiantes y evanescentes.

Pero si bien sentimientos y emociones están cargados de subjetividad ya que emanan de lo biológico, de la biografía y las circunstancias individuales, la arquitectura del sentir está a su vez pautada y ritualizada social y culturalmente. De esta manera, a través de esas pautas y cánones es como se construyen puntos de referencia comunes. Y a partir de ellos, vínculos que a pesar de las diferencias individuales ordenan y posibilitan formas de expresión parecidas. Son pues el medio que nos lleva a encontrarnos y reconocernos con los demás a través de gustos, prácticas y reacciones determinadas culturalmente. De esta manera esas formas encauzan la vida emocional colectiva dándole, por una parte, una mayor certidumbre ya que se puede reconocer al otro más fácilmente, pero limitando, por otra parte, en tanto que impone un marco referencial definido de antemano.

De ahí que una reflexión que trascienda el determinismo cultural nos ayudaría a adoptar formas más complejas de comprender nuestro mundo emocional, lo que implicará una más clara percepción de nuestra forma de relacionarnos emocionalmente. La conclusión de ello sería el desarrollo de una mayor madurez emocional y una ética más incluyente. Así constatamos que en el complejo universo del sentir destaca por su persistencia en la vida humana el amor que, además de un sentimiento, es una necesidad humana. Amar, al igual que el deseo y la necesidad de conocer y comprender, son aspectos humanos mediante los cuales construimos la realidad. Pues, a diferencia del odio, el amor crea, tal como dijo José Mujika, el expresidente de Uruguay en el año 2020 en su discurso de despedida: "porque aprendí una dura lección que me impuso la vida: el odio termina estupidizando porque nos hace perder objetividad ante las cosas. El odio es ciego, como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye".

El amor es inherente a nuestra existencia y se muestra desde que nacemos hasta que morimos, pues amamos y somos amados. El amor es un tema ancestral. Nos lo encontramos formando parte de la cosmogonía mitológica griega. Así Hesíodo en su Teogonía alude a la creación del Amor: "En primer lugar existió el Caos. Después la Tierra de amplio seno, sede segura de todos. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales que afloja los miembros y cautiva de todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos".

Una vez que Gea, la Tierra, aparece en la existencia, vendrá posteriormente Eros. Y con Eros, nos habitará ya una nueva perspectiva, una novedosa mirada que configurará y ordenará la relación entre el mundo y el individuo. Un instrumento capaz de transformar el comportamiento y la forma de conocer del ser humano, susceptible de generar cohesión y unidad en las relaciones afectivas, con el entorno y con los otros, además de crear y anclarnos en la realidad, pues sin él seríamos incapaces de comprenderla.

El amor, el cariño, la ternura se expresa, se siente y se entrega de múltiples maneras, como amor filial, ágape, erótico€, también podemos amar a un animal o a una causa determinada. Así, el amor lo expresamos y proyectamos mediante los múltiples objetos amorosos, algunos cambiantes que pueden terminar como ruptura amorosa u olvido. Otros, los menos, son los más duraderos. Establecemos, en definitiva, conexiones con los prójimos y el mundo. Algunas serán intensas, otras más tenues, algunas recorriendo toda nuestra existencia y otras una parte de ella. Sin embargo, la necesidad de amar y ser amado prevalece allí donde la presencia del otro o lo otro es indispensable para el ser humano. Y es que el amor que cobra todo su sentido con un tercero es precisamente el que nos sostiene y alimenta. La necesidad y la búsqueda del amor desarrolla una mayor sensibilidad afectiva y crea ininterrumpidamente un ecosistema de durabilidad que inmuniza contra la desvinculación, la discontinuidad y el olvido.

La autora es doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación

Sentimientos y emociones producen los distintos estados de ánimo, son vivencias íntimas, a veces paradójicas, que se caracterizan por ser cambiantes y evanescentes

Constatamos que en el complejo universo del sentir destaca por su persistencia en la vida humana el amor que, además de un sentimiento, es una necesidad humana