igamos de entrada que los homenajes a los asesinados y represaliados por el golpismo (vía carlismo o falange), aunque lleguen tarde, enmiendan la inexplicable injusticia de olvido y desprecio mantenida durante décadas con ellos y sus familiares; más aún si quienes fueron testigos del horror y la represión posterior de la dictadura todavía permanecen entre nosotros y pueden recibir algo del reconocimiento y afecto debido. Ojalá que recibieran por parte de las instituciones públicas de Navarra lo que justamente se les debe.

Digamos de salida que el título, recogido de los periódicos, contiene una falsedad. Veamos. Tras el golpe de Estado del 18 de julio no hubo asesinados ni represaliados de Osasuna. Ninguno de los directivos -Cayuela, Bengaray, Cilveti, Aguirre, Astiz-; periodistas -Marcos Aizpún y Alberto Lamas-; jugadores asesinados y muertos en el frente, caso de Filo Urdiroz y de Jaso, respectivamente; jugadores represaliados -Meaurio, Lerín, Tell, Juanín- y abogados -Ignacio Perillán-, fueron asesinados o represaliados por guardar relación o connivencia alguna con Osasuna.

Si dicho principio de causalidad hubiese funcionado de ese modo, los directivos, jugadores y los que hubieran mantenido una relación con el club hubieran sido asesinados por la vía rápida. Y no fue así. Ladislao Visiers, B. Félix Maíz, Antonio Lizarza y Federico Rosas, entre otros, vicepresidentes y vocales de Osasuna, tendrían que haber sido asesinados porque amaban al club como lo amaban quienes fueron fusilados. La única diferencia entre los primeros y los segundos es que, en 1936, Visiers y compañía apoyaron el bando de los golpistas. Por esta razón, vivieron y no solo, sino que, en algún caso, dirigieron escuadrones de muerte que matarían a quienes habían sido sus compañeros en las juntas directivas de Osasuna. Es evidente que el amor a Osasuna no fue ningún salvoconducto para escapar de una cuneta mortal.

Ninguno de los homenajeados por parte de la actual junta directiva de Osasuna fue represaliado ni asesinado por su osasunismo, pues éste no era una ideología ni una forma de participar en política en la sociedad navarra.

R. Bengaray, N. Cayuela, E. Cilveti, F. Aguirre, E. Astiz, A. Lamas, F. Urdiroz y Jaso no fueron asesinados por su ideología osasunista. Lo fueron porque en su vida privada, al margen del club, optaron por la República no por el golpismo. Fueron asesinados por mantenerse fieles a un orden constitucional, el derivado de unas Cortes generales nacidas el 14 de abril de 1931.

Durante la II República, muchos de ellos participaron activamente en la defensa de la legalidad republicana, militando en partidos republicanos, nacionalistas o sindicatos socialistas. Y eso fue lo que les costó la vida. En ningún momento el nombre de Osasuna se mezcló entre esos afanes republicanos. Osasuna nunca fue moneda de cambio política.

Modesto Font fue secretario del Gobierno Civil. Durante los aciagos momentos de 1936 era su presidente. A su modo, participó en las actividades deportivas de principios de siglo siendo, finalmente, un gran entusiasta de Osasuna. Su amistad con Eduardo Aizpún, uno de los fundadores de Osasuna, fue tan cordial que sería de las pocas personalidades públicas que asistió a la boda del juez Aizpún. Sin embargo, cuando Modesto Font firmó los papeles de libertad para quienes más tarde serían asesinados en Valcardera, en ningún momento invocó para librarlos de aquella muerte el amor a Osasuna que todos ellos profesaban.

No siendo Osasuna la causa directa ni indirecta de los asesinatos y represalias de quienes hemos ido nombrando a lo largo de estas líneas, ¿por qué se le ha dado tanta importancia a Osasuna en este homenaje?

Porque seamos exactos una vez más: no murieron en nombre de Osasuna, sino de la II República. A sus matones les importó un bledo que los asesinados fueran fundadores, presidentes o vocales del club. Los asesinaron por ser republicanos. De ahí la extrañeza de que la palabra República no haya sido pronunciada a lo largo de este homenaje, cuando realmente es ella la causa fundamental, la clave de aquellas muertes, no Osasuna.

Osasuna nunca fue un símbolo ni emblema de ideología política. Tampoco actuó como un partido político o un sindicato. Al primer intento de politizar Osasuna, la directiva del club la resolvió marchando a los periódicos El Pueblo Navarro y Diario de Navarra para desmentir tal inculpación, propalada por el periódico carlista Radica. Y nunca más se sacó a relucir la hipotética dimensión política de Osasuna y nunca se utilizó el club para defender una opción política, ni de derechas ni de izquierdas.

Este cambio ocurrió a partir de la junta directiva que sustituyó a la presidida por Natalaio Cayuela en 1935. La junta directiva de 1935-1936, presidida por Ambrosio Izu y teniendo entre sus vocales al conspirador Lizarza, sería la que mostró inequívocas muestras de instrumentar el club Osasuna hacia posiciones políticas. Esta junta, en 1936, se negó a ceder las instalaciones de Osasuna a los atletas que se preparaban para la Olimpiada Popular de Barcelona. Quien dirigía al grupo futbolístico era Urdíroz, el artífice de la subida de Osasuna a Primera división en la temporada 1934-1935. La directiva del club mostró claramente que sus intenciones eran boicotear cualquier participación de los atletas navarros en una Olimpiada que apoyaba al gobierno republicano frente a la Olimpiada parda de Berlín.

El presidente actual de Osasuna, Sabalza jauna, dijo que “el acto de homenaje no era un acto político, porque Osasuna está por encima de ideas políticas”. Nada que objetar. Solo que el problema sigue donde lo insinuamos: quienes fueron asesinados y represaliados no lo fueron por osasunismo, sino por motivos políticos. Sencillamente por defender los ideales de la II República. Lo mismo que aquellos futbolistas que entonces jugaban en distintos equipos navarros y que fueron asesinados por los requetés que, paradójicamente, amaban también a Osasuna... tanto que lo convirtieron en medio de sus intenciones políticas.

Firman este artículo: Pablo Ibáñez, Laura Lucía Pérez, Carolina Martínez, Carlos Martínez, Víctor Moreno, Clemente Bernad, Txema Aranaz, Ángel Zoco, Fernando Mikelarena y José Ramón Urtasun, del Ateneo Basilio Lacort

Ninguno de los homenajeados fue represaliado ni asesinado por su osasunismo, pues éste no era una ideología ni una forma de participar en política en la sociedad navarra

Los asesinaron por republicanos, de ahí la extrañeza de que la palabra república no haya sido pronunciada en este homenaje cuando es la causa fundamental de las muertes