onfieso mi absoluta perplejidad. No sé qué es peor, si enviar o no enviar armas a Ucrania para que se defienda de la agresión rusa. Como pacifista y partidario del “No a las guerras”, nunca arrepentido de haber votado en contra del ingreso de España en la OTAN, me gustaría estar convencido de que alguna de las dos opciones ayudará a acabar cuanto antes con la guerra o, al menos, a minimizar sus horrores y a reducir el sufrimiento y la pérdida de vidas humanas. Pero soy incapaz de decidirme.

Entiendo a quienes se oponen al envío de armas y apuestan por la vía diplomática. Yo también apuesto siempre por la negociación y las vías pacíficas de resolver conflictos, y creo que cuantas menos armas se fabriquen y se utilicen, mejor. Pero ante un psicópata como Putin, capaz de estar a la vez en una mesa de negociación hablando de alto el fuego y de corredores humanitarios y de estar bombardeando a la población civil... No sé. A una víctima agredida que pide ayuda para defenderse es complicado negársela. Es inevitable el recuerdo de lo sucedido en 1936, cuando se negaron armas a la República española en nombre de una bienintencionada política de no intervención que solo favoreció a los agresores, a los militares sublevados y a sus socios los nazis alemanes y los fascistas italianos.

Entiendo a quienes defienden el envío de armas a la resistencia ucraniana para que tengan capacidad de defenderse de la agresión. Pero me temo que pueda ser una ayuda contraproducente que solo contribuya a prolongar la guerra, a causar más víctimas, incluso a provocar una escalada bélica que extienda el conflicto a otros países vecinos. Me causa escalofríos pensar que desde los países de la Unión Europea caigamos en la trampa de estar ayudando a los dos bandos en guerra. Porque, no nos engañemos, la maquinaria de guerra de Putin se financia en buena parte gracias al petróleo y al gas que compramos y vamos a seguir comprando a Rusia, para algo hemos excluido de aplicar la expulsión del sistema SWIFT a un par de bancos rusos, Sberbank y Gazprombank, para asegurarnos la continuidad del suministro. Por otro lado, el envío de armas a Ucrania plantea la cuestión de por qué no enviamos también, por ejemplo, armas para ayudar a los yemeníes víctimas de la agresión saudí; quizás porque empeoraríamos las cosas, claro. Mejor no hacer comparaciones odiosas, como la de porqué vamos a acoger en la Unión Europea con tanta generosidad a centenares de miles de refugiados ucranianos (que me parece bien) mientras seguimos cerrando la frontera sur, incluidas las vallas de Ceuta y Melilla, a los refugiados que provienen de las guerras africanas (Malí, Níger, Sudán, Libia...). No, claro que no es porque estos sean moros y negros (magrebíes y subsaharianos, en lenguaje política e hipócritamente correcto).

Pero, en fin, las inconsistencias o contradicciones que veo en ambas posiciones no me ayudan a decidirme. Tampoco soy capaz de tomar una resolución ante los típicos dilemas de barra de bar. ¿Matarías a Hitler en 1939, si pudieras viajar en el tiempo, sacrificando una sola vida para salvar millones de vidas? ¿Matarías hoy a Putin si lo tuvieras a tiro de tu fusil con mira telescópica? Preguntas tramposas que no se resuelven con la simple apelación a la justificación moral del tiranicidio que ya hicieron el padre Mariana o Juan de Salisbury. No sé si mataría a Hitler en 1939 porque no sé qué es lo que pasaría a continuación. Quizás la invasión de Polonia se produjera de todos modos con Hermann Göring o Rudolf Hess como Führer y después llegaran igualmente la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, y lo único que hubiera conseguido es convertirme en asesino y sumar un asesinato más a la cuenta total. No tengo información suficiente para acertar, como no la tenía Neville Chamberlain en 1936 cuando optó por la política de apaciguamiento frente a Hitler. Hoy ha sido condenado por la historia, pero en aquel momento evitar un enfrentamiento armado que, con el precedente de la Gran Guerra, se sabía que iba a ser inevitablemente muy sangriento, no era mala idea. Si yo tuviera una máquina del tiempo, no me iría a 1939 a matar a Hitler, me iría a 2052 para saber qué sucedió en la guerra de Ucrania, y si era mejor idea enviar o no enviar armas. Como no tengo la máquina, me alegro de no estar obligado a tomar una decisión y la dejo en manos de políticos y tertulianos tan seguros de sus razones, tan hábiles para hallar soluciones sencillas a problemas complejos, que se sienten legitimados para descalificar a los contrarios con epítetos bien sonoros.

Antes de tomar una postura, voy a esperar a saber quiénes son los perdedores, no vaya a equivocarme y a ponerme del otro lado.