La recién concluida cumbre de la OTAN, que ha tenido lugar en Madrid, ha señalado su enemigo, en medio de la conmoción que sacude a Europa por la agresión de Putin a Ucrania. Una organización que se gestó desde los planteamientos agresivos del mundo occidental y su adalid, EE.UU.; por lo demás avanzada de todos los poderes mundiales más reaccionarios y conservadores, con el objetivo confesado de contener al poder comunista representado por la URSS de Stalin y sucesores. La NATO se hallaba acompañada de otras organizaciones que trataban de rodear al mundo comunista. De esta índole fue la SEATO, que agrupaba a diversos países del sureste del Pacífico y el denominado Pacto de Bagdad, que lo hacía con otros estados de Oriente Medio, siempre encuadrados por Norteamérica. Es cierto que Norteamérica no consiguió a la larga mantener el conjunto aislador del comunismo.

A decir verdad, el objetivo de estas alianzas se dirigía a la contención de cualquier movimiento reivindicativo en lo social y político que cuestionase el dominio del capitalismo occidental, indiscutido dominador del mundo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Los movimientos que surgieron a lo largo y ancho de los territorios colonizados reclamando la independencia, contaban en muchos casos con el apoyo de las organizaciones comunistas ligadas a Moscú, pero la reclamación de reformas socioeconómicas, que permitieran a tantos millones de individuos aliviar la carga en todos los órdenes, impuesta por las metrópolis europeas, era un hecho generalizado en el conjunto de todos los movimientos de liberación. El peligro que acechaba al mundo libre, no radicaba en la Rusia de Stalin. El zar rojo tenía astucia y experiencia sobrada, para entender que nada podía ganar en un enfrentamiento directo con los occidentales. No obstante, Occidente y los estados que le seguían por aquel entonces, pudieron perfilar la imagen de un enemigo, que no dejaba de serlo; pero que se conformaba con el “…socialismo en un solo país…”, y que en Yalta no persiguió sino la creación de un glacis de protección de la misma URSS, constituido por los países que terminaron por conformar el Pacto de Varsovia. Esta última organización fue creada un año más tarde que la misma OTAN como respuesta y, desde luego, con carácter defensivo, al margen de que la perspectiva de Stalin de tal defensa implicase el control de los territorios ocupados en la debacle de Hitler.

Es cierto que el orden mundial fue convulsionado por los movimientos de liberación nacional que se propagaron por el conjunto de los territorios colonizados. Igualmente, las sociedades europeas dominadas por la URSS manifestarán su disgusto por su forzada integración en el bloque soviético y ninguna de ellas, salvo la Yugoslavia de Tito, se librará de las imposiciones soviéticas. En tal marco resultó poco menos que inviable un conflicto bélico, conscientes las potencias dirigentes de cada bloque del previsible resultado negativo. El hundimiento del bloque soviético fue interpretado como el triunfo de su oponente occidental. Falsa percepción que no se llegó a entender por dirigentes y sociedades de estas coordenadas. La OTAN mostró su cara agresiva durante cierto tiempo, promoviendo actuaciones en toda la superficie del globo terráqueo, con ánimo de rectificar cualquier movimiento que cuestionase la hegemonía americana; Irak, Afganistán y cualquier otro territorio en el que se apreciara un desequilibrio para la supremacía del antiguo bloque americano. Todos los conflictos surgidos a partir del último decenio del siglo XX han sido reducidos a factores de índole regional, al margen de otras implicaciones.

No sé hasta qué punto sería bueno hacer una comparación entre la trayectoria seguida por el actual imperio americano y otros imperios históricos. Hoy en día se siente el potencial de muchos de los denominados países emergentes. Puede resultar arriesgado afirmar el declive de los EE.UU. en ningún terreno, para reconocer que otros estados han acortado distancias respecto al potencial de Norteamérica. En esta materia es clara la preocupación de los EE.UU. por impedir que la diferencia quede anulada en un plazo medio o largo. Norteamérica hace gala de sus esfuerzos por no perder la ventaja que mantiene. Su política exterior persigue de manera particular disponer del control de los recursos materiales de mayor interés estratégico, con la mirada puesta en que una futura carencia de los mismos arriesgue el desarrollo de su potencial. Es de sobra conocida la preocupación que agita igualmente a las nuevas potencias mundiales –China– en este terreno. La situación recuerda en algunos parámetros las rivalidades que opusieron a los europeos que alcanzaron influencia mundial durante el último tercio del siglo XIX, hasta el estallido de la primera de las guerras mundiales. Que los procesos históricos no sean paralelos, no obvia el factor que movió a aquellos estados, básicamente una lucha por la hegemonía, iniciada por el crecimiento económico y dominio de los mercados: posteriormente transformada en la carrera colonial y de armamentos, hasta concluir en la convicción de lo insoslayable de la guerra, que sería en los planes de sus promotores corta y clarificadora. El proceso concluyó sin embargo en las guerras mundiales que destruyeron Europa.

Parece existir un consenso general en lo que se refiere a los planteamientos de dominio perseguidos por EE.UU. y su OTAN. El principio que da forma a esta organización es la amenaza frente a cualquier estado emergente que pueda encontrar América en su camino y mostrarse como rival. No podemos prever el proceso que seguirá la Tierra en los decenios a venir. Contemplamos a China como el rival más probable. Antes de que llegue una ocasión que vea un conflicto generalizado del estilo de las guerras mundiales; es muy probable que se generen conflictos y enfrentamientos bélicos a los que se acostumbra a calificar de tácticos, en los que las futuras superpotencias puedan entender su interés en implicarse de cara al futuro. Peor será el caso en que se dispute un territorio con un recurso de los considerados vitales, por escasos, para el desarrollo de la potencia en los órdenes económico o militar. En tal circunstancia, las grandes potencias rivales pueden no aceptar que tal territorio pueda caer bajo el control o protección de un poder rival. En el pasado situaciones de esta índole fueron ocasión de conflicto de las mayores dimensiones.

Que la actual situación estratégica mundial se encuentra condicionada por tales circunstancias, debería hacernos pensar que es muy probable que nos encontremos en el inicio de un proceso que puede llevarnos a un conflicto generalizado a nivel mundial. En un momento en que parece remodelarse el sistema de grandes potencias, de las que las más poderosas contemplan como escenario de sus intereses el conjunto de la superficie de la Tierra y el fondo de los océanos, la competencia por espacios y recursos las llevará ineludiblemente a la colisión. Hemos retrotraído el escenario mundial a épocas que creíamos definitivamente desaparecidas, como las que antecedieron a las dos terribles guerras mundiales. En contra de lo que supusieron las élites del mundo capitalista a raíz de la debacle soviética, no existe una potencia mundial que pueda imponer su orden. EE.UU. encontrará mayores dificultades para el alcance de sus intereses con el paso de los años. Una estrategia que pretenda la hegemonía mundial, que ha sido la tradicional norteamericana, abocará a la ruina del imperio americano, como sucedió con el español en su época.

El signo de los tiempos parece inclinarse hacia otras civilizaciones. No es suficiente con reconocer la capacidad de las culturas del sur y este asiático en la asimilación de las revoluciones industriales y tecnológica, consideradas patrimonio y logro propio por Occidente. Posiblemente en los avances tecnológicos contemporáneos siguen funcionando principios mecánicos y científicos en general conseguidos a lo largo de su larga historia por China, la India y… otros. En definitiva, lo que un planteamiento razonable reclama, es un afrontamiento de los graves retos que se nos aparecen amenazantes mediante una actitud de colaboración y solidaria, abandonando lo que ha sido –y sigue siendo– tradicional práctica en el marco de las relaciones de las colectividades humanas, basadas en la competencia, imposición y hostilidad. La maldad intrínseca que informa a la OTAN reside en la pertinacia de sus gestores en conferirle la misión de pasar por encima de cualquier valor humano en el caso de que se estime que cualquier otra instancia representa un peligro para sus intereses. En el día se apunta a China como rival en condiciones de disputarle recursos e influencia mundial en el futuro más próximo.

Ucrania ha parecido hacer de Putin el peligro. No es sino apariencia coyuntural, revivida con la imagen obsoleta de la Rusia soviética.