Y no es de matemáticas. Es de mucha más difícil resolución. Voy a intentar defender la tesis de que la mayoría de los problemas que nos afectan a los ciudadanos desde al menos 1982 derivan de uno solo: la falta de entendimiento entre PP y PSOE. Y lo es porque la partitocracia se impone sobre la democracia. Porque imperan las siglas, las sumas algebraicas, las personas para los puestos, en lugar de primar los contenidos de programas de gobierno. Se imponen las líneas rojas frente a la creación de puentes de entendimiento.

Son muchos los partidos existentes en España y no todos están dispuestos a arrimar el hombro para mejorar nuestras condiciones de vida. Son claramente minoritarios quienes defienden la independencia, la segregación de su territorio e incluso la tercera república; propuestas, todas ellas, incompatibles con nuestra Constitución vigente.

En tan crítica situación asistimos a un intento de revitalización del bipartidismo por parte de dos formaciones políticas que se muestran incapaces aún de apretar sus filas. Tienen un problema de cohesión interna que les dificulta la posibilidad de sentarse a confrontar, dialogar y pactar con su principal adversario político. Quieren convencernos de que hay sólo dos modelos de sociedad para nuestro país y que sólo ellos los representan. Lógicamente no están teniendo éxito, al menos no el suficiente para intentar gobernar en solitario con mayoría absoluta. Esa sería su manera de solventar su incapacidad de diálogo; que éste no sea necesario. ¡Cómo no van a provocar desafección y absentismo ante las urnas! Pero se equivocan, porque no les basta con que les voten los suyos. Y es que lo que tiene a su derecha el PP para alcanzar el Gobierno, VOX, le resulta tan molesto como lo que tiene a su izquierda el PSOE, Sumar. Amén de otros partidos, con buena representación en las instituciones municipales y autonómicas, aunque de escasa relevancia a nivel estatal.

Así que seguimos en bucle, especialmente desde 1996 cuando el PP relevó al PSOE en la Moncloa. La política en España es como nuestro propio ADN, helicoidal. Pero se puede romper esa doble hélice. Nuestras células lo hacen constantemente para la expresión genética.

En la propia definición simplificada que hago del problema puede estar la solución. Primero con el fortalecimiento interno de esos que se llaman los “dos grandes partidos”. Les pido humildemente que lo hagan sin necesidad de humillar a los demás, a los pequeños. Esas minorías merecemos un respeto que en tantas ocasiones se nos niega. En segundo lugar, respetando el resultado de las urnas. Una vez analizado, confronten sus proyectos de Estado y decidan con quienes están dispuestos a pactar. Los medios de comunicación dicen a todas horas que lo natural es PP con VOX y PSOE con Sumar. Parece que cualquier otra cosa es “contra natura”. Y sigue el bucle.

No quiero dejar de referirme a nuestro nivel de educación y de cultura democrática. Lamentable, en una palabra. Muy mejorable, en dos. Porque el problema que enuncio emana del ejercicio de libertad de voto, conquista muy valorada por los mayores de 63 años, ya que los que pudimos participar en la aprobación de la Constitución del 78, habíamos nacido antes de 1960. Muchos de los nacidos después no parece que aprecien la utilidad de su voto. Es una pena, pero son abstencionistas. Y no me digan que tendrían que aprenderlo en la escuela, porque en ella sí que votan y muchas veces a lo largo de cada curso escolar.

Voy cerrando esta reflexión con el ánimo de que a partir del 23J seamos capaces de ir creando una nueva España que deberá superar la polarización, el frentismo y los riesgos de “superioridad supremacista” que a lo largo de la historia condujo al totalitarismo, nazi o comunista, tanto da. Cierto es que somos Europa. También Hungría y Polonia lo son.

Hay lección para aprender. Después de este incierto verano llegará el 1 de septiembre. ¿Iniciaremos otra vuelta de la espiral?

El autor es profesor jubilado