Altas temperaturas más frecuentes, acumulación de más días consecutivos de olas de calor o noches y mares cada vez más cálidos son algunas de las señales y datos a los que prestamos atención para definir este verano como excepcional. Y, sin embargo, el calor no viene determinado solo por la temperatura: influyen otros factores como la humedad (a la que contribuye la capacidad hídrica de una zona –reservas, precipitaciones–, el viento –que puede traer agua u otras partículas en suspensión– y la radiación –motor que determina la dinámica de procesos atmosféricos y el clima–. Todos estos elementos, con capacidad para transformar los lugares que habitamos, conforman lo que se conoce como estrés térmico. Estrés por el que humanos y no humanos estamos afectados, pero que también modificamos.

Para paliar los efectos del calentamiento global, y local, reducir la exposición al estrés térmico, desde distintas fuentes competentes nos recomiendan: el uso de la energía renovable; evitar la deforestación; y usar cuando podamos, vehículos eléctricos y transporte público, además de la bici y caminar, prácticas que a su vez son recomendadas porque suponen no sólo beneficios para el medio ambiente sino para la salud y el bienestar de las personas de distintas edades.

Hasta aquí todo ciencia basada en cálculos y medidas de actuación, medidas que siguen aportando datos de sus efectos sobre un mundo que está vivo, y que actúa, lucha por sobrevivir con y sin nuestra ciencia, con y sin nuestras intervenciones. Las condiciones de existencia, de vida dependen de infinitos gestos involuntarios de los seres vivos, desde los microorganismos, hongos…, que crearon nuestras condiciones de existencia y hacen habitable la tierra, hasta los de los más grandes depredadores, los humanos. No estamos en un mundo de objetos, habitamos un mundo cuya naturaleza no es antropocéntrica y en el que no cabe que sigamos como si la vida de algunos seres vivos no importara o pudiera ser excluida del algoritmo porque se les niega su capacidad de transformación.

Advertir la presencia de árboles en los entornos urbanos supone momentos de interrelación en medio de la alienación institucionalizada, alienación también de nuestra propia naturaleza y capacidad política. Cabría pensar en ellos, en los árboles, como bienes comunales que están por desarrollar, que bullen de posibilidades no realizadas porque, salvo alguna excepción, son lo que hemos percibido en la escucha política. No son contemplados en la ecuación, función o algoritmo de las soluciones políticas a la emergencia climática, porque no han sido percibidos, no advierten su presencia, no son sumados al patrimonio a proteger.

Existen muchos futuros posibles, sin embargo, nuestro cuerpo político, de representantes de lo público demuestra una vez más poca capacidad de escucha creativa, poca capacidad para comprender que no podemos depender exclusivamente de portavoces expertos, para crear bienes comunales, para crear respuestas innovadoras que hagan sostenible la vida en las ciudades. Acercar parkings a los centros urbanos no responde a la demanda de descarbonizar los entornos, no descongestiona el tráfico, no facilita la accesibilidad. Eso lo saben, porque lo viven cada día, quienes acuden a la Plaza de la Cruz o quienes enviaron sus dibujos desde distintos países para mostrar su apoyo.

Todas estas voces son indicios de intereses comunes que tan difíciles son de concitar en nuestras sociedades. La política necesita de muchos aliados para afrontar la crisis climática, aliados que no deberían ser ignorados porque son irregulares, inestables, endebles… o no los percibimos como vidas que importan. Cuando vivimos en la incertidumbre, cuando estamos faltos de certezas, lo efímero, los destellos de estos movimientos son los que configuran lo político. A quienes nos representan, a quienes votamos, les toca crear escenarios, las condiciones que posibiliten la escucha salvando las distancias.

Pamplona/Iruña se encuentra entre los municipios que se adhirió al Pacto de Alcaldías por el Clima y la Energía Sostenible de Navarra, cuyo objetivo es adoptar un enfoque común para actuar frente a la emergencia climática, provocando así un efecto multiplicador de su acción local a nivel global. Toca remangarse y trabajar por un enfoque común para crear bienes comunes, la ciudadanía ya lo ha hecho, no faltan ejemplos, si bien nos queda escucharnos creativamente. El Ayuntamiento de Pamplona tiene una bonita oportunidad para poner en común lo que inquieta a vecinos, comerciantes y visitantes.