Sobre el bien guardado número de muertos de Ucrania nos cae la clara cuenta de muertos de Israel-Palestina.

Ante la insensibilización total que me acecha, me he puesto una alarma, un clic. Son multitud de tertulias y editoriales. Todo empieza por la tragedia creciente de muertos en Israel-Palestina: la vivimos de la forma en que eso puede ser vivido. Poco a poco la conversación evoluciona de personas a números: comparación del número de muertos, la desproporción de fuerzas, podemos salpimentar con los intereses geoestratégicos de las grandes potencias. Ya me saltó el clic. Ya estamos, aunque no lo digamos, en los americanos son, los yihadistas, el atentado, las torres, los judíos. Entonces mi clic repite tono. Siguiendo las argumentaciones se ve que las posiciones de un lado o de otro que se adoptan coinciden sospechosamente con la ideología, los intereses o la historia política personal de quien lo argumenta. Entonces los muertos van quedando lejos. Lejos y con bandera ya hay dos grupos de muertos. Sutilmente los muertos pasan a ser un argumento estratégico. Los muertos han pasado a venderse al peso, muy sutilmente. Por eso necesito el clic. Ya los han despersonalizado y son balas en la refriega ideológica y política. El clic ya es un acúfeno continuo, ya no me interesa hablar. Se ha convertido en una edición más de una conversación ya conocida. Una obra de teatro que repite representación en otro escenario. Estamos representando nuestra herida: la rabia transgeneracional de la humillación de mi abuelo en la guerra, la rabia contra los ricos que me condenan a piso de alquiler insostenible, la solidaridad con mi historia familiar de éxito de empresarios hechos a sí mismos dejándose la piel. La raíz emocional de mi ideología política. ¿Qué muertos me viene bien?: los pongo en mi lado de la balanza.

Más raíces emocionales que nos nublan: es muy difícil soportar la incertidumbre, la impotencia, nuestra fragilidad y miedo a la muerte, de salir de nuestros elementos identitarios que nos tiene reservado un lado cómodo de la balanza, etcétera.

Yo tengo un par de vacunas:

-Mi amiga Yafy es judía. Una colega psicóloga que, como yo, estudia y profundiza en el trauma transgeneracional de la guerra de nuestros abuelos: los suyos en el holocausto, los míos en nuestra Guerra Civil. De ambos traumas ha salido la violencia del conflicto de ETA y lo que pasa hoy en Palestina. Le mandé un audio. Me contestó con otro con una tristeza en la voz que me heló. De lo que me habló fue del miedo y de la rabia.

-Llevo unos días acordándome de mi compañero palestino Gazal, al que conocí estudiando Medicina en Zaragoza. Tras años de tenerlo olvidado, no paro de preguntarme si seguirá vivo o habrá muerto. También me heló la sangre a mis veinte años. Sentado junto a mí en clase, me dijo que daría su vida por un día combatiendo en Palestina. Espero que su profesión médica le haya ayudado a preservarse vivo para curar a los suyos.

En ambos veo (por ese orden) dolor y rabia en Yafy, y rabia y dolor en Gazal.

“No sirve de nada una posición equidistante”, leo y escucho. No adopto una posición equidistante, no me manipules. Mi bando es el de los muertos, contra los asesinos. Soy muy consciente de que la opinión pública cuenta para los políticos. Quiero que los muertos sin discriminación de banderas sean el auténtico objetivo de los políticos que me representan. Quiero que la herida que va a dejar generaciones emocionalmente tocadas, como nos dejó el holocausto y la Guerra Civil, pare ya. Pagaré la incomodidad de no tener las cosas claras, de no dividir el mundo en un bueno-bueno y un malo-malísimo, banderitas incluidas. Hay una necesidad emocional de escindir en bueno y malo y colocarnos en el de bueno vulnerable (y de paso con derecho a matar). ¿Tenemos miedo a la fragilidad? ¿A asumir incertidumbre y complejidad?

La ONU acaba de inaugurar el concepto de castigo colectivo. Me costó mucho tiempo abrir el uso de la palabra asesino para quienes, con diferentes banderas, mataron en la Guerra Civil. “Es un poco fuerte”, me dijo alguien. “Asesinos”, rubriqué. Ya voy entrenado. Los culpables son los que matan, los asesinos colectivos, así hay que llamar a todos los que lo hacen y siguen haciendo.

Tengo mi clic. Entrenad, lo vais a escuchar mucho.

El autor es psiquiatra y escritor