Entre bulos, insultos y soflamas apocalípticas, aunque es bastante lo que está por resolver, el balance del gobierno progresista ha sido positivo. Pese a ello, las derechas españolas, empresarios, determinados jueces conservadores y los curas nacionalcatólicos que ofician misa achispados de vino transubstanciado, muy lejos del vino verde de Verlaine o del opio de Baudelaire, parecen haber recuperado la vibración popular de las cruzadas de otrora. Y es que, tras escuchar el insistente eslogan: “España es cristiana, no musulmana”, que coreaban religiosamente los ultras neonazis, el ala conservadora de la Conferencia Episcopal se ha venido arriba y nos advierte que la amnistía, o sea el perdón, es inmoral, pues los políticos no pueden administrarlo, ya que tan sólo es competencia de la providencia y gracia divina. Las derechas, instigadas por Vox y el PP, vienen acudiendo en cuantía considerable a manifestaciones y concentraciones, aunque si bien la cita, obviamente legítima, es para mostrar su discrepancia con la ley de amnistía, sus gritos, eslóganes y estribillos, así como las pancartas y banderas que enarbolan los manifestantes son fascistas y preconstitucionales. Y lo más preocupante es que una minoría violenta lo hace con aquella misma pasión y furor guerracivilista de antaño. Al fin y al cabo son los herederos de los franquistas amnistiados en 1977, aquellos que fusilaron a Federico García Lorca, dejaron morir de tuberculosis a Miguel Hernández en la cárcel y probablemente asesinaron a Miguel de Unamuno, arrestado en su propio domicilio.

Estas manifestaciones de clima tenso y violento, en las que se aprecia un odio apenas contenido, parecen extraídas del lado más oscuro y antidemocrático de la historia de este país. Y es que las manifestaciones que organizan las derechas parecen una especie de cínica performance, en la que la muchedumbre primero reza el rosario y después grita con indisimulada hipocresía patriótica eslóganes fascistas al compás del Cara al sol, himno de la Falange española y de las JONS. Composición musical, por otra parte, llena de oscuros crepúsculos que hubieran hecho las delicias de Sigmund Freud, pues procura tal calentamiento venéreo, que produce unos orgasmos de apoteosis totalitaria sin parangón con nada. Y, claro, como a las derechas las urnas les son esquivas, hoy pretenden resolver su frustración en la calle mediante esas manifestaciones cansinas y agresivas que tanto gustan a los del yugo y las flechas, a los de la cruz de san Andrés y a los del aguilucho de San Juan, protestas que sólo buscan desacreditar y deslegitimar al gobierno democrático.

Y es que la oposición apócrifa de Alberto Núñez Feijóo, continuidad de la forma de hacer política de José María Aznar, y a su vez heredera de la forma totalitaria de mandar de Franco, es una forma eficaz de pretender seguir mandando pese a su intento fallido de investidura. Sus líderes son tan peligrosamente de extrema derecha que con sus continuos e irresponsables despropósitos están incitando a los españoles a un peligroso enfrentamiento, ya que sus constantes críticas contra la izquierda llegan levantiscas y destinadas al embrollo que nada resuelve. Siguen estando persuadidos de que España no hay más que una, la suya. La otra, la de los advenedizos, la de la movida bulliciosa elevada a categoría subversiva, es simplemente ilegítima. Y es que frente a los ilícitos ocupas, se dedican por entero a la salvación nacional, que es lo que les arrebata. El problema es que quien no vive su presente, lo que vive, en realidad, es su pasado, es decir, su anacronismo. Tienen la arrogancia y la insensibilidad rígida de los demócratas poco convencidos, que antaño no lo fueron y todavía no están arrepentidos de no haberlo sido. Está claro que sus algaradas callejeras, que caminan al paso alegre de la paz, no aplauden las medidas del gobierno progresista, bolivariano, comunista, nacionalista y filoterrorista. Al contrario, exigen recortar con decisión el gasto público, abaratar el despido, congelar los salarios y las pensiones. Pero el ciudadano de boina no se deja engañar, pues distingue perfectamente entre éstos y los otros, entre la izquierda que se afana en mantener intactas las prestaciones sociales y la derecha pija de talonario que se compra las joyas en Tiffany’s. El paisano de chabola hipotecada tiene siglos de caspa en la boina, muchas generaciones de caspa, y gracias a la boina ha soportado soles de injusticia, rayos de desdichas y fragores de pobreza, hambre, deudas y muchos meses de desempleo. Lo cierto es que nunca han osado quitarle la boina para ver lo que hay debajo. Hay, sin duda, una aglomeración de siglos que sigue soñando con un poco de reparto del dinero, trabajo fijo y una vivienda digna.

El autor es médico-psiquiatra