Inmaculada Múgica, edil de Eguesibar, interviniendo en el pleno hizo una declaración asombrosa sobre el euskera, logrando conmover malamente el buen sentir de las gentes del valle del que formo parte y del que fui edil. Afirma que el euskera le recuerda el terrorismo de ETA, renegando por tal cosa de una lengua que apoda a su ayuntamiento. Un disparate cultural. Podríamos declarar lo mismo de todas las lenguas del mundo, sobre todo las europeas, y en la que más nos afecta, la castellana, recordando que hace 500 años se cometió el atropello de invasión del reino de Nabarra, del de Granada, de los imperios azteca e inca, de la dominación de media Europa y América. Que hace 80 años un golpe militar al Estado español desencadenó una guerra civil, cuyas terribles circunstancias aún se estudian, y que motivó una férrea dictadura de 40 años.

Vamos a conmemorar el domingo 18 de febrero un suceso ocurrido en Nabarra en 1894. Acabadas las guerras denominadas carlistas en las que Alaba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nabarra fueron unidas, jurando sus fueros con el fin de mantenerlos, pero perdidas militarmente, conseguimos mediante negociación conservar un reducto con lo del Concierto Económico. En la costosa recuperación que siguió a las guerras –hubo muertos, exiliados jóvenes, retroceso económico–, el castigo último del vencedor en Madrid propone en voz de su ministro de Hacienda, Germán Gamazo, anular la foralidad económica que nos restaba para incluirnos en el régimen estatal. Alava, Bizkaia y Gipuzkoa, especialmente Nabarra, expresaron su malestar mediante levantamientos llamados Gamazada. En Nabarra se produjo una multitudinaria expresión popular de apoyo a las autoridades, una importante recopilación de firmas de protesta a presentar su razón a la reina de España. Los diputados de Nabarra, encabezados por Arturo Campion, escritor, ensayista, euskaldunberri, historiador y político, fueron a reclamar a Madrid unos intereses propios y por dos veces volvieron derrotados en su causa. Nadie quiso escucharles. 

La segunda vez regresaron a Castejón, punto de la reciente red ferroviaria, y una multitud decidida –a considerar que las comunicaciones no eran fáciles–, acudió a recibirles para aplaudirles por su bien hacer en la causa política que defendían, en su fidelidad a representar el alma de Nabarra y sus leyes admirables, que así lo consideraban en función de un buen gobierno concorde a su cultura peculiar. Les homenajearon en Castejón aquel 18 de febrero de 1894 los ayuntamientos de toda Nabarra portando cada cual su pancarta, exhibido por todos el lema Paz y Fueros. Sabían lo que se podía esperar de un poder central, superior en armas y gente y aplicación de leyes, pero daban a sus representantes el apoyo de su agradecimiento. Les debían el no morir. Allí estaban, pioneros de una nueva era, sorbiendo el fruto del fervor popular, Estani Aranzadi, Daniel Irujo, Sabino Arana Goiri.

Se dictaban leyes contra el euskera, fórmula eficaz para anular a un pueblo y vencerlo. El grupo encabezado por Estanis Aranzadi Izku, los euskalerriakos, reclamaban lo perdido en la guerra y propugnaban su recuperación que, por cierto, en ese tiempo tenía un esplendoroso renacer en Iparralde por gentes que, venidas de lejos, se maravillaban de la versatilidad de una lengua que sospechaban antigua, aún no se sabía bien el tiempo de su vida. Hoy se va calibrando que en esta zona occidental del Pirineo Atlántico los baskones llevando viviendo unos cuarenta mil años, con creaciones históricas como la gestión del reino ejemplar de Nabarra, que mantenía en su haber la lengua originaria, de ahí su nombre, a más de una legislación, usos y costumbres, ciertamente admirables.

En los linderos de Eguesibar con el valle de Aranguren, en el mero centro de Nabarra, la Sociedad Aranzadi rescató de la entraña del monte Irulegi una mano de bienvenida, con palabra que tal cosa indica, y que restaura la antigüedad de un idioma y una cultura, sino de su resistencia para llegar hasta nuestros días, pese a derrotas militares, sanciones y exportaciones. Allí donde hemos sido exiliados, sea en el S.XIX o XX, nos han señalado como gente de buen hacer y trabajo honrado. Palabra de vasco afirman en Argentina como contrato válido, o la frase del ministro de Interior venezolano: “No hay vasco preso, señor embajador”. Lo puedo decir porque he vivido en América, nacida en el exilio de mis aitas, con orgullo por mis compatriotas. Que no es fácil rehacer una vida y levantar una familia en un medio diferente. 

El edil lleva la carga de su grupo político, pero debe considerar que representa a los habitantes, en este caso de Eguesibar. Cuando nos reuníamos en mi tiempo los portavoces de partidos de diferentes sensibilidades, había un lema entre nosotros que prevalecía sobre toda codicia, egoísmo o ambición: el bien común. Estábamos allí reunidos para trabajar por nuestros vecinas/os, para evitar corrupción política y monetaria, para levantar viviendas para la gente joven, ofrecerles escuela e institutos públicos de calidad a sus hijos, cuidar de los ancianos rebajando su soledad. ... escuchar la voz popular. No para confundir, agraviar ni proclamar desaciertos históricos. No para ir contra del nombre que nos bautiza en euskera desde el principio del tiempo.

La autora es bibliotecaria y escritora