No hay duda de que existen tensiones y conflictos en torno a la definición de las condiciones más favorables para un buen desarrollo de los niños más pequeños. Entre ellas está sin duda la cuestión de la idoneidad de la escolarización de los niños a los dos años.

Es urgente pensar y debatir sobre ello; si algo define a los niños de estas edades más precoces es su extraordinaria dependencia de la calidad de los factores ambientales, materiales y humanos, dependencia de la que se deriva su enorme vulnerabilidad y, por ende, la extraordinaria responsabilidad de los adultos.

Entre los dos y tres años culmina un proceso que va desde el nacimiento hasta la adquisición del yo y más que de un período educativo, y menos aún de aprendizaje, se trata de una etapa relacional, de creatividad y de consolidación de un sentimiento interno profundo de seguridad en sí mismo y en el entorno, y este proceso exige tiempo y unas condiciones humanas y materiales que garanticen una relación sólida de confianza entre los niños y sus educadoras.

¿Qué es lo que está en juego en estas edades?

-Las peculiaridades de sus ritmos biológicos.

-La consolidación de la capacidad para hacer frente a la separación.

-El desarrollo del lenguaje.

-El despliegue de la actividad motriz espontánea.

-La adquisición del control de esfínteres.

-El desarrollo de los juegos espontáneos de imaginación (juego simbólico).

-El desarrollo del grafismo espontáneo.

-El control de la motricidad, así como la gestión de la agresividad.

¿De qué necesitan los niños de dos años a la vista de estas peculiaridades?

La pregunta parece obvia: ante estas peculiaridades y necesidades, ¿cuál debe ser la respuesta institucional más adecuada para los niños de dos años?: ¿la culminación del ciclo iniciado dentro de las estructuras de acogida y cuidado ya existentes para los niños de 0 a 3 años o la escolarización precoz en la escuela? ¿Dónde se ofrecen las condiciones humanas y materiales más idóneas para adecuarse a las características de los niños más pequeños?

La literatura científica proporciona resultados de todo tipo: los partidarios de la escolarización precoz a los dos años podrán encontrar múltiples argumentos a favor, de la misma manera que los contrarios a la misma, si no más, ya que los resultados en pro de la escolarización temprana aparecen muy matizados y sometidos a muchas condiciones para resultar beneficiosa. Así, la gran disparidad de los resultados de las diferentes investigaciones no permite utilizarlos como argumento definitivo para la adopción clara de una decisión u otra.

Sí disponemos, en cambio, de la experiencia suficiente como para afirmar que la mayor parte de los niños de dos años necesitan de una respuesta diferente a la de la escuela actual; necesitan centros de auténtica acogida y educación (en este orden) pensados y organizados en función de la experiencia y de los conocimientos actuales sobre el desarrollo psicoafectivo específico de la edad. En la institución escolar, salvo excepciones extraordinarias, en contra de las necesidades básicas ya expuestas, se va imponiendo la cultura de la autonomía precoz, la cultura de la precocidad de los aprendizajes y la cultura de la inmediatez de los resultados, muy en consonancia con la ideología neoliberal: se da prioridad al criterio de eficacia de resultados en detrimento del respeto de los procesos, se favorece el criterio de inmediatez en lugar del respeto de los ritmos de desarrollo y se fomenta el adiestramiento intensivo de la autonomía en perjuicio del respeto de las necesidades de dependencia, muy presentes todavía en esta edad.

No está en juego solo el respeto a los derechos de los niños sino el respeto al derecho a la niñez, sin atajos y presiones ni sobre los propios niños ni sobre los profesionales y los padres. Hay suficiente evidencia para demostrar que estas prisas y presiones generan en algunos casos infancias y adolescencias mucho más frágiles y vulnerables, al fomentarse precisamente personalidades dubitativas, poco seguras de sí mismas y con aprendizajes básicos muy poco sólidos.

No negamos la posibilidad de la escolarización en determinados casos en los que puede resultar beneficiosa, pero se impone una enorme prudencia ante la escolarización precoz generalizada de los niños de 2 años.

No se trata de una oposición per se a la incorporación a la escuela, pero más allá de experiencias concretas de muchísima calidad, el problema lo situamos en la escuela en tanto que macro institución insuficientemente maleable y poco adaptable.

La atención a los niños de 0-3 años, por lo que sabemos actualmente, requiere de un sistema teórico-práctico absolutamente propio y original, no cautivo de las exigencias escolares posteriores y urgentemente necesitado de un reconocimiento mucho mayor a diferentes niveles.

Los protagonistas principales son los niños de 0-3 años (no los alumnos de 0-3 años) y sus referentes afectivos más importantes, los padres y las profesionales, en este orden, no los expertos ni los especialistas que deben de ocupar un lugar secundario y de apoyo a esta triada.

Y esto es así, no por razones ideológicas, ni teóricas, ni científicas, sino simplemente porque en la realidad humana diaria son ellos los interlocutores más importantes de los niños y a ellos les debemos el reconocimiento, la consideración y la ayuda.