La información política debería aparecer en las páginas de sucesos. Hay una serie de calamidades en forma de guerras cruentas, como lo son todas, que están produciendo auténticas masacres con infinidad de víctimas que, en gran medida, ni siquiera participan en ellas. Son únicamente eso, víctimas. Ucrania, Gaza, Yemen, un montón de países africanos…, se desangran mientras las instituciones internacionales marean la perdiz enseñando su inutilidad para poner orden e incluso para denunciar a los sátrapas que las perpetran. Eso sí, la voracidad informativa hace que tantas truculencias pasen de la “rabiosa actualidad” a evaporarse de los titulares como si hubiesen desaparecido.

Entre tanto, únicamente se destacan las graves consecuencias económicas a los países más ricos de la tierra. Y parece que da lo mismo aunque ocurra en una alarmante degradación medioambiental y de cambio climático que la ciencia viene denunciando y la política ignorando, salvo en apariencias, sin mayores consecuencias.

Por otra parte, asistimos a un peligroso deterioro de principios democráticos en el proceso de configuración institucional. Desde las afirmaciones de un candidato como Trump que advierte que lo que busca es venganza si resulta elegido, pasando por un Putin que no tiene remilgos en eliminar, incluso físicamente, a sus oponentes políticos mientras organiza elecciones a su medida, hasta llegar a un Netanyahu que forma gobierno sumando a grupos ultras pseudoreligiosos que alientan la tierra quemada que están perpetrando en Gaza contra los palestinos, esos grandes olvidados de la historia, rememorando a lo que sufrieron los judíos con Hitler. Hoy Gaza es el gran gueto creado por los israelíes.

Por aquí, se judicializa la política buscando no tanto ganar con ideas el debate político, sino meter en la cárcel a los que defienden las diferentes. La corrupción sirve de ayuda a estos propósitos pero, en otro caso, se utilizan mil historias para justificarlos.

Por ejemplo, lo que se ha hecho con los catalanes no tiene nombre: criminalizar a los representantes legítimos de las instituciones por cumplir su compromiso electoral que le valió la victoria en las elecciones, de convocar un referéndum. Es cuando menos paradójico que se pueda convocar un consulta sobre un parking y se criminalice que se haga sobre decisiones trascendentes para un pueblo. ¿Dónde está el derecho de la ciudadanía a decidir más allá de su participación electoral?

De ahí que la amnistía no solo sea conveniente, es imprescindible para borrar lo que nunca debió producirse: las duras condenas del procés.

Y no cabe mucha esperanza de que la judicatura corrija sus propios excesos judicializando decisiones que corresponde hacer a la política: ahí tenemos la reciente sentencia sobre la competencia de tráfico de Navarra. Son actuaciones derivadas más de la adscripción ideológica de sus titulares que de la garantía de preservar la equivalencia de todos ante la ley y que ésta se aplica por igual sea cual sea la forma de pensar de quien tiene el deber de aplicarla. Porque detrás del debate sobre una adecuada configuración del poder judicial está el mantenimiento de una mayoría conservadora que insiste en perpetuarse aun incumpliendo la ley que permitió que, la entonces mayoría de la derecha, configurase esa mayoría. Y ahora que no la tiene, se resiste a que se configure otra diferente. ¿En nombre de una judicatura neutral? ¿Y así vamos a seguir eternamente?

Resulta sumamente difícil creer en la justicia en estas condiciones. Y muy preocupante que se abuse del uso de figuras penales ad hoc para justificar la criminalización de una política que no gusta.

Asistimos también a una preocupante y peligrosa radicalización de políticos que se presentan como salvadores de la sociedad alentando hasta enfrentamientos más o menos violentos. Escenas de grupos neonazis, añorantes de las barbaridades que cometió el nazismo con violentas movilizaciones, el avance electoral de la ultraderecha en Europa que, entre otras propuestas, destaca su negacionismo de una sociedad igualitaria, de la degradación medioambiental e incluso de la libertad de discrepar. Que sólo se acoge al sistema electoral para llegar a las instituciones pero que ya nos enseña la historia como se comporta si llega al poder. ¿Estaremos ante aquello de que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla? ¿Hemos olvidado cómo se comportan la dictaduras tan cruentas que hemos padecido?

Desgraciadamente existen otros innumerables ejemplos más, destacando los execrables de violencia de género que reflejan que la sociedad está afectada por una grave epidemia de intolerancia que no puede llevar a nada bueno.

Afortunadamente la epidemia tiene una poderosa vacuna que está al alcance de todos y para todo: se llama democracia y únicamente requiere sumarse a ella y ponerla en práctica en todo y con todo lo que conlleva. Empezando por los dirigentes y poderes de la propia sociedad.