El período pascual concluye con el domingo de Pentecostés. Ese día la Iglesia comenzó con gran inseguridad su andadura confiando en el Espíritu. Y éste nos ayuda a discernir cuál es ese camino.

Hoy, después de XXI siglos, nosotros en pleno proceso sinodal debiéramos también confiar en él, viendo en las diferencias oportunidades de enriquecimiento y en las desavenencias posibilidades de encuentro. Sin olvidar que lo que nos une es la misión de la Iglesia, que es el anuncio de la Buena Nueva, el Reino de Jesús. Debemos tener presente que unidad no es uniformidad.

En la solemnidad de Pentecostés, también celebramos el día del Apostolado Seglar y la Acción Católica. El lema de este año es “Laicos por vocación, llamados a la misión”. Señalando que desde el bautismo somos corresponsables en la vida y la misión de la Iglesia. El laicado vive su vocación encarnado en el mundo, en los ámbitos donde estamos presentes: familia, trabajo, estudio, cultura, cuidado de la casa común y también en la vida pública, que en la actualidad tanto precisa de una visión de esperanza y de escucha activa, para dejar atrás la polarización y el levantamiento de muros.

Sabedores de que la misión no es iniciativa nuestra, sino de Dios (Padre) que es quien actúa a través de nosotros, gracias al Espíritu Santo siguiendo el ejemplo de Jesús (hijo).

El Papa Francisco en su mensaje a la 61ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (21 de abril de 2024) nos decía: “Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia (…) para descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y (que cada uno) se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz. ¡Tengan la valentía de involucrarse!”.

Hemos de evitar caer en la clericalización del laicado, pensando que la vocación laical se desarrolla exclusivamente en el interior de la vida de la Iglesia: animando la liturgia y siendo catequistas o formadores.

Merece la pena dedicarle un tiempo a los materiales de reflexión, preparados para la infancia, la juventud y los adultos () siguiendo los pasos de la Revisión de Vida: ver, juzgar y actuar (nuestro actuar personal y comunitario nos llama a ser testigos de Jesús en lo concreto: ¿Cómo puedo ser testimonio del amor de Dios en mis ambientes, en el mundo? ¿Cómo puedo avanzar en mi misión laical desde mi parroquia, movimiento, asociación a la que pertenezco? ¿Qué plan concreto me propongo para ello?

Los Movimientos de Acción Católica, tanto general, con sus tres ramas infantil, juvenil y adultos, como los especializados (JOC, JEC, JARC, HOAC, Movimiento de Profesionales Cristianos, Movimiento Rural Cristiano, Fraternidad Crisitana de Personas con Discapacidad) han tenido un largo y a veces sinuoso camino histórico, con luces y sombras. Estas últimas, superadas en su constante renovación. Desde el desconocimiento y la ignorancia, tanto dentro de la Iglesia como fuera en la sociedad, provocan ciertas suspicacias, que se superan con el acercamiento y el conocimiento mutuo.

Gracias a su metodología de ver-juzgar-actuar, están acostumbrados a practicar la escucha y el discernimiento. Desde sus orígenes, se han adaptado a estar dentro del templo en labores o tareas intraclesiales, participando de la vida parroquial, sin olvidar el estar fuera, lo que se conoce como presencia o vida pública, cooperando y participando en la sociedad. Formándose continuamente, buscando campos de acción, cuestionándose el qué y con quién, y siempre teniendo claro el desde y el para qué, sin olvidar la oración y la celebración.

Todo esto les ha ayudado a evolucionar, comprender y aprender que en la sociedad del siglo XXI, plural y aconfesional, vivir la fe es hacerlo en pequeñas comunidades, relacionadas con sus parroquias e incardinadas en la sociedad (asociaciones, sindicatos, partidos, colegios profesionales, foros, ONG…), tejiendo conexiones entre los distintos nodos que conforman esta sociedad tecnologizada y compartimentada.

¡Feliz Pentecostés! El Espíritu siempre sopla y se abre camino donde menos lo pensamos.

El autor es miembro de ACG y Solasbide-Pax Romana y asiduo de las parroquias de San Jorge y Nuestra Señora de La Paz