Érase una vez un Departamento de Educación, custodiado por los hombres G, y sus vasallos. Estos dos hombres, entrados en edad, movían los hilos del departamento como si fuera su cortijo, con la indiscutible entrega de sus vasallos, claro, quienes ejecutaban las órdenes de los señores, sin cuestionarlas.

De estos señores y sus vasallos, dependían en gran medida las vidas de miles de niñas, niños y adolescentes, y sus familias. También dependían las vidas de miles de personas que trabajaban para el feudo, y la de sus familias. Lo curioso de este feudo es que no era propiedad ni de los hombres G, ni del rey, aunque ellos así lo creyeran.

Lo curiosísimo es que en principio ese feudo era del pueblo. Eran todas esas miles de personas que trabajaban para el feudo, y las que trabajaban en otros feudos, las que pagaban la infraestructura, las escuelas, los colegios, los institutos, los recursos materiales, los salarios de todas las personas que en ellos trabajaban, los salarios de los vasallos, e incluso el sueldazo de los hombres G. Todo era muy extraño. Poca gente protestaba.

Venían tiempos de austeridad, y los hombres G hacía tiempo ya habían empezado con sus recortes. Cerraban líneas en Secundaria y Primaria aglutinando personas en aulas, dejaban sin derecho de acceso universal a cientos de niñas y niños, empeoraban los recursos materiales y personales, burocratizaban la educación exprimiendo a las personas trabajadoras y deshumanizando los centros…

Los hombres G tenían la potestad de controlar los medios de comunicación. Hacían declaraciones con respecto a todos estos hechos, ocultaban, manipulaban y mentían…

Había unas mujeres, que trabajaban en las escuelas infantiles, a las que los hombres G castigaban, amenazaban y despreciaban, que tenían una especie de super poder, y es que nunca se rendían. Ellas respondían una y otra vez, reclamaban, exigían, denunciaban, luchaban… Y fueron a la casa del rey una vez más. Y allí describieron, relataron frente a los señores de todos los feudos del rey cuál era la situación.

Y pidieron la dimisión o la destitución de los hombres G, por mentir y manipular, por autoritarios y antidemocráticos.

La prensa no lo hizo público, y los señores de los feudos no se pronunciaron al respecto. Así, los hombres G seguían campando a sus anchas, como ellos decían “optimizando los recursos públicos”.

Cada vez era más obvio que optimizar significaba desmantelar, y las personas trabajadoras, las personas adolescentes y sus familias se fueron cansando.

Entonces se unieron a esas mujeres de las escuelas, y lucharon y lucharon, y se dieron cuenta de que no necesitaban nobles ni vasallos, las propias personas que trabajaban en el feudo podían hacerse cargo, ya que eran ellas quienes sabían qué necesidades tenían todos aquellos niños, niñas, adolescentes y sus familias. Así, con más convicción todavía, persistieron en la lucha, y no se rindieron.

Y un día, echaron de sus despachos a los hombres G y a sus vasallos. Y las personas que para el feudo trabajaban se quedaron con él, y tras mucho debate y reflexión, empezaron a trabajar en la organización del feudo, en aras de construir una educacion más justa, universal y de calidad. Y lo consiguieron. Y así demostraron que las cosas se podían cambiar, que nada es imposible.