Hace años leí que el primer signo de civilización, según los expertos, fue la aparición de un fémur fracturado y soldado, porque significa que alguna persona se encargó de proteger y cuidar al enfermo cuya pierna se fracturó, la llevó a un lugar seguro, le proporcionó alimentos y todos los cuidados que requiere para su recuperación, lo que coloca a los cuidados, y por tanto a las cuidadoras, el femenino en este caso es obligatorio, como las pioneras de nuestra civilización.

Así es como arranca la obra Moríos que hemos visto en el Festival de Olite. Debo reconocer que la temática sobre la percepción de las personas mayores en el mundo occidental me atrajo desde el inicio, pero intuí que la forma de abordarlo iba a zarandearme la conciencia y suscitarme reflexiones incómodas, y debo reconocer que así fue, se cumplieron plenamente mis predicciones.

¿Por qué nos cuesta tanto enfrentarnos a la vejez? La realidad es que no existe un consenso sobre el término, sólo sabemos que es una etapa de deterioro gradual de la condición física y mental, y esta visión del envejecimiento justifica multitud de estereotipos hacia las personas mayores, como que en general están enfermas o deprimidas, que no hacen las cosas porque no se esfuerzan lo suficiente, que tienen mal humor o que son difíciles de tratar.

Pero la clave que lo complica todo desde la mirada egoísta de nuestra sociedad es la sobrecarga que provoca el cuidado habitual de nuestros mayores, esta asignatura pendiente va camino de convertirse, si no lo abordamos de inmediato, en la tormenta perfecta para acabar con la condición de civilizada que tan pomposamente nos gusta definir a nuestra sociedad.

Moríos cumple con una de las obligaciones más potentes del buen teatro, darnos una patada en el estómago para que tomemos conciencia, y a partir de ahí, seamos capaces como sociedad de garantizar a nuestros mayores el bienestar y la calidad de vida en todas sus dimensiones.

Ya conocemos que hay una parte de nuestra sociedad que tiene la solución para esa parte de nuestra sociedad, ahorrar durante la vida productiva para ser atendido en la vejez, olvidando conscientemente que esto no está al alcance de todos, ni si quiera de la mayoría. La pregunta es, ¿qué vamos a hacer los demás? La esperanza de vida es cada día mayor, el envejecimiento de nuestra sociedad es alarmante, España es un país altamente envejecido, solo superado por Japón, vivir a espaldas de esto es un suicidio colectivo, y la improvisación en esta materia una mala compañía.

La educación para el envejecimiento se hace imprescindible, a nivel personal, familiar y colectivo, ya que nos permitirá afrontar las transiciones con comprensión y empatía, lo que favorecerá la calidad de vida y la autonomía. Pero necesitamos respuestas políticas eficaces, y eso pasa por tener líderes responsables que incorporen el envejecimiento en todos los ámbitos de las políticas públicas, para así, responder con mayor eficacia a las necesidades de todos los grupos de edad, promoviendo la solidaridad intra e intergeneracional y la cohesión social.

Si no lo hacemos, vamos camino de un enfrentamiento generacional jóvenes-viejos en un sálvese quien pueda que nos destruirá. El edadismo, esa miserable forma de discriminación social por cuestión de edad que afecta a muchas personas mayores, sigue creciendo, y junto al racismo y al machismo son amenazas que necesitan respuestas contundentes y eficaces.

Y necesitamos, sobre todo, una sociedad que se haga cargo, que se responsabilice, que exija respuestas, por eso agradezco enormemente a Culture i Conflicte y Teatre de l´Aurora y a Anna María Ricart Codina su patada en mi barriga, con su obra teatral Moríos.