Y finalmente llegamos al cuarto y último movimiento de la novena sinfonía de Gustav Mahler, obra que configura la segunda parte del concierto inaugural de la temporada 2024-2025 de la Euskadiko Orkestra (OSE). Digo finalmente, porque en esta obra el cuarto se hace esperar y en este caso, para bien. El autor le dedica ni más ni menos que unos veinticinco minutos. Un enorme Adagio en el que organiza un “Finale” que resume todo lo aparecido hasta ahí. Y todo ello en clara referencia al entorno de la muerte. Con sus luces y sus sombras, como la muerte y como la vida misma. Sublime. En él, tal y como reflejaba el programa de mano Michel Chamizo haciéndose eco de las palabras de Bernstein “Las hebras de sonido se desintegran. Nos sostenemos a ellas, flotando entre la esperanza y la sumisión…nos aferramos a ellas a medida que se materializan: estamos sosteniendo dos, luego una, y, de repente, ninguna. Por un momento petrificante, solo hay silencio (…). Ahora más que nunca, parece atractivo morir, cesar a la medianoche sin dolor….y al cesar, perderlo todo. Pero al dejarlo ir, también ganarlo todo”.
Y es ayer y en ese preciso momento cuando en la sala suena insistentemente un móvil.
Nadie puede imaginar todo lo que destruye ese inoportuno timbre, no por familiar menos intruso. El enorme genio del compositor, el trabajo de casi un centenar de músicos en escena. Cada uno de ellos. Hemos de hacernos sabedores como aficionados, de que han trabajado casi desde el vientre materno, para ser capaces de reproducir con sus instrumentos la intención y los sentimientos del autor, además de los suyos propios, lo cual es un valioso ejercicio de generosidad. Una vida entregada a esa causa. Muchísimos años de trabajo incesante y disciplinado para conseguir ese “Pianissimo” además afinado, tan difícil de conseguir. Y del lado del público, una nube invisible de sentires que vuelan libres e invisibles para el auditorio. Pero están. Ese momento preciso en que lo de fuera se para y por fin somos capaces de sentarnos a escuchar. Sin más parásitos de los que cada uno esconde en su mente y corazón.
Cada vez que aunque sea involuntariamente tosemos sin pensar ni disimularlo, o que por descuido imperdonable permitimos que nuestro móvil suene, estamos destruyendo todo eso. Por lo que creo firmemente que deberíamos cuidar los catarros donde mejor se hace: en casa. Y por otro lado, ante la inseguridad que nos pueda crear el móvil, podría ser un buen momento para dejarlo simplemente en ese mismo lugar durante el tiempo que dura el concierto. Salvo excepciones, aquí no vamos a necesitarlo. Ojalá que así sea. Y feliz temporada para todos.