El pasado día 11 de octubre apareció en este periódico una carta firmada por Mohamed Amnay, en calidad de coordinador general de la Plataforma de Marroquíes de Navarra. En ella manifestaba su repulsa por algunos hechos delictivos ocurridos días atrás en Iruña y protagonizados por hombres de su comunidad étnica. Entendiendo no tenía porqué, dado que nadie somos responsables de los actos cometidos por otras personas, y agradeciendo su escrito, quisiera traer a colación algunas realidades que veo a diario en nuestra ciudad. Quisiera añadir que no me trae deseo alguno de crear polémicas, y sí, en todo caso, señalar un problema para intentar corregirlo si es posible.

La verdad, lo primero que me vino a la cabeza cuando leí la carta, fue la idea de qué gravedad habrá alcanzado el asunto para que una destacada persona de la comunidad marroquí salga a pedir en cierto modo disculpas públicas, exigir respeto y educación, e invitar a no caer en generalizaciones nocivas.

Cierta y desgraciadamente, como lector diario de prensa, llevo varios años viendo semanalmente cómo aparecen sucesos delictivos, agresiones sexuales y robos con violencia, en mayor medida, ocurridos en nuestra ciudad y protagonizados por hombres jóvenes del Magreb. No sólo delinquen ellos, claro, sólo faltaba, pero creo que proporcionalmente a su presencia en Navarra, tienen un ratio más que cuestionable. Tampoco me extraña tanto todo esto teniendo en cuenta su educación cultural de origen, con una acentuada misoginia, mayor que la nuestra quiero decir, y la realidad laboral de Navarra.

Teniendo también en cuenta que el 17,2% de las personas trabajadoras está en el umbral de pobreza, cifra que sube al 27% en los jóvenes, viendo cómo dejamos desguazar paulatinamente el llamado estado de bienestar, sanidad, vivienda, trabajo, etcétera, me pregunto qué les podemos ofrecer a estos jóvenes para que puedan llevar una vida digna, cuando a nuestra propia juventud la tenemos muy abandonada.

Vivo en el Casco Viejo de Pamplona, y veo diariamente cómo aumenta el número de jóvenes magrebís, desocupados y desheredados por sus propios países de origen y por el nuestro. ¿En qué van a acabar muchos de ellos? Pues muy posiblemente en el lumpen.

Marruecos lleva gastado en los últimos años decenas de miles de millones de dólares en armamento. Además, tiene recursos suficientes para atender a su población. Lo que ocurre, claro, es que gobierna un sátrapa ladrón.

Aquí tenemos lo nuestro también. Un desastre ambiental en ciernes que irá dificultando la vida en todas sus expresiones, un desafecto social lamentable hacia la pelea por impedir gobiernen el creciente neoliberalismo y ultraderecha, etcétera, etcétera.

Comentaba en días pasados Apoyo Mutuo, ese colectivo que ayuda a personas desfavorecidas en Iruña, que no llegaban a todo el mundo. Esto quiere decir que las cosas cuestan dinero. La solidaridad tiene unos costes. Claro que es mejor invertir en una sociedad más justa que en comprar armamento, pero el mundo es muy complejo y los presupuestos son los que son. Pregunten si no a cualquier gobierno de izquierda, pequeño o grande, las dificultades que tienen para sacar adelante políticas progresistas.

En definitiva, en un mundo en descomposición como el actual, la llegada de miles de personas desheredadas sin decente porvenir, traerá probablemente unas fricciones que se ven en Europa desde hace tiempo.