La diversidad lingüística es uno de los mayores activos de Europa, que hay que proteger, promover y vivir.

El 26 de septiembre se celebra anualmente la Jornada Europea de las Lenguas, una iniciativa creada por la Comisión Europea y el Consejo de Europa en 2001 –con motivo del Año Europeo de las Lenguas– y que se celebra cada año en toda Europa para promover la diversidad del patrimonio cultural y lingüístico del continente, dar a conocer la gran variedad de lenguas presentes en Europa (más de 200) y animar a personas de todas las edades a aprender idiomas. Convencido de que la diversidad lingüística es un instrumento para mejorar el entendimiento intercultural y un elemento clave del rico patrimonio cultural de nuestro continente, el Consejo de Europa promueve el pluralismo en toda Europa.

En la Unión Europea hay al menos 24 lenguas oficiales y más de 60 lenguas autóctonas regionales o minoritarias habladas por unos 40 millones de personas. Entre ellas, el euskera, cuyo Día Internacional se celebra el 3 de diciembre, fiesta de San Francisco Javier.

Como sabemos, las lenguas cambian, evolucionan, se difunden; sin embargo, en ocasiones puede suceder que este proceso se detenga y que sufran un lento declive, llegando incluso a extinguirse y morir. El riesgo es particularmente alto en el caso de las lenguas minoritarias, es decir, lenguas habladas por un pequeño número de personas en un contexto en el que otra lengua es mayoritaria (como en el caso de la lengua castellana). El resultado extremo del contacto entre una lengua mayoritaria y una lengua minoritaria puede ser la desaparición de esta última: debido a la presión social y cultural ejercida por la lengua más hablada, la lengua minoritaria será utilizada por menos personas y por un número cada vez menor, hasta su extinción. Este proceso, conocido como regresión (u obsolescencia) lingüística, implica una menor disposición por parte de los hablantes a transmitir la lengua a sus hijos: en su lugar, preferirán enseñar otra, que acabará sustituyendo a la primera (dinámica conocida como sustitución de lengua o cambio de lengua). Otro resultado se refiere a la disminución no sólo del número de hablantes, sino también de su competencia en la lengua: los pocos que quedan tenderán a tener cada vez más dificultades para dominar la lengua en regresión, que gradualmente se irá volviendo estructuralmente “más pobre” (hablamos en este caso de decadencia lingüística).

Para contrarrestar estos procesos y evitar los resultados más extremos, se pueden implementar iniciativas de planificación lingüística. La expresión se refiere tanto a reflexiones teóricas y metodológicas de carácter lingüístico, como a intervenciones –incluidas las políticas y legislativas– preparadas para permitir que una lengua cumpla múltiples funciones y sea utilizada en múltiples contextos. Las estrategias adoptadas son de varios tipos: por ejemplo, se podrían fomentar actividades que refuercen la presencia de la lengua en el uso administrativo y escolar, pero también en el mundo laboral, de modo que los hablantes perciban la utilidad y el valor de su dominio en ese idioma. Dicho de otra manera, si saber un determinado idioma me permitirá, entre otras cosas, acceder a mejores trabajos, probablemente estaré más motivado para aprender (o seguir) hablándolo.

En palabras del lingüista estadounidense Joshua Fishman, se trata, por tanto, de intentar invertir el proceso de pérdida de una lengua (revertir el cambio lingüístico). Este intento se traduce principalmente en dos tipos de iniciativas:

1.- Por un lado, podemos intentar reintroducir en uso una lengua que, de hecho, (casi) ya no se habla y que ya no tiene hablantes nativos (es decir, personas que la aprenden como primera lengua): en este caso hablamos del renacimiento de la lengua. Un caso muy conocido es el de la lengua hebrea en Israel, que pasó de estar casi extinta en el uso cotidiano a tener ahora millones de hablantes;

2.- Por otra parte, el objetivo puede ser mejorar el estatus de una lengua amenazada, ampliando sus ámbitos de uso y funciones y aumentando el número de hablantes: en este caso se tratará de una acción de revitalización de la lengua), como en el caso puede ser la situación del euskera.

En la Constitución española el euskera, junto a otras lenguas minoritarias, está protegido aunque sin ser mencionado expresamente (como no es mencionada ninguna lengua minoritaria) en su artículo 3 y de una manera general: 1.- El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. 2.- Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas comunidades autónomas de acuerdo con sus Estatutos. 3.- La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección. No hay en esa Constitución mención a ninguna medida de protección ni de normas específicas para esa protección. Lo cual hasta podría haber sido un paso importante para el reconocimiento y la protección jurídica de esa parte de las lenguas minoritarias habladas en este país… más allá de las generalidades indefinidas, indeterminadas, vagas… que hoy diríamos “políticamente correctas”.

Por supuesto, no hay que olvidar que la protección y, en consecuencia, el futuro de una lengua minoritaria están indisolublemente ligados a sus hablantes: si se considera un símbolo y un valor, y como tal central para la propia identidad, adquirirá una importancia vital preservarlo, mantenerlo vivo y transmitirlo a las nuevas generaciones.

Si bien se admite el riesgo de regresión que corre la lengua (que aquí se remonta a la influencia ejercida por la lengua mayoritaria, la lengua castellana), debiera prevalecer el deseo de seguir hablando euskera, sobre todo en virtud del valor y del vínculo identitario sentido por la lengua, dado como parte de la propia esencia; un importante testimonio del papel fundamental de los hablantes en el éxito de las acciones de revitalización lingüística y, en definitiva, en la salvación de esta lengua minoritaria.

No hay lenguas mejores o peores que otras. El destino de una lengua minoritaria, como lo es el euskera, depende de factores puramente sociales, políticos y económicos. Las lenguas no son entidades independientes, sino productos sociales que viven en la mente y en las voces de sus hablantes. Su buena o mala suerte, por tanto, está ligada a los acontecimientos del grupo humano que las utiliza también con sus medidas políticas. Si toda lengua es digna de ser preservada y protegida, qué importante, yo diría incluso que transcendental, van a ser también aquellas decisiones y medidas gubernamentales que afirmen y reafirmen el bien y el valor cultural del euskera en la Comunidad Foral de Navarra de tal manera que este tesoro lingüístico, seña de identidad cultural, se mantenga viva y se siga transmitiendo. Cada lengua, por ejemplo, el euskera describe y narra el mundo de una manera única y peculiar. Cada voz, cada mito, cada historia o cada canción que ya no se transmite son, por lo tanto, piezas perdidas para siempre del mosaico de la diversidad y riqueza humanas.

Si cada lengua, cada cultura, es un tesoro de incalculable valor del que tanto el país como la Comunidad Foral deberían estar orgullosos, Navarra debiera asumir la defensa de este patrimonio del euskera y no predisponerla a la erosión y extinción de la indiferencia. Fomentar su aprecio, su respeto, su atención es la manera de reconocerla como un valor. Para finalizar, qué importante pudiera ser también contar expresamente con el apoyo concreto, decidido y explícito de la Iglesia en Navarra en este aprecio, cuidado, revitalización, fortalecimiento…, del euskera en toda la geografía de esta Comunidad Foral.

El autor es misionero claretiano