El modo de vivir en Europa está amenazado por los triunfadores de las últimas elecciones en los EEUU de América. El gran poder del dinero está mostrando sus garras ante la mirada atónita de los Estados que conformamos la Unión Europea. Ahora ponemos nombre a los miedos escondidos que se manifiestan en las ensoñaciones. El miedo que domina el mundo tiene nombres y apellidos. No son muchos los portadores de las serias amenazas, algunas que van cumpliendo, pero son muy poderosos.
Parece que los que dirigen las naves de este continente se están poniendo al mando de la mayor de ellas, la de la Unión. Sin la unión de los gobiernos va a ser difícil contestar de manera contundente a los propósitos de aniquilación de la democracia tal como la tenemos concebida.
Hemos denunciado en la calle, en la prensa, en todos los medios de comunicación conocidos y en los de nueva factura, los valores humanos amenazados en diferentes países y regiones del mundo. Estamos en contra de la ocupación por la fuerza de territorios en los que sus habitantes son masacrados, destruidas sus viviendas, desalojados por la fuerza de la brutalidad. Nos hemos reunido en las calles de nuestro país contra el genocidio llevado a cabo contra el pueblo palestino. Ahora, denunciamos a través de los mismos medios el desalojo por la fuerza de las personas sin papeles que molestan al poder económico y político del país más poderoso del mundo.
Leemos en los medios el miedo que atenaza a los niños que no quieren acudir a la escuela porque a la vuelta es probable que se hayan llevado de sus casas a sus padres para deportarlos. Los comercios pequeños, los de barrio donde compraban habitualmente muchas familias amenazadas con la deportación, se encuentran vacíos. Economías débiles que soñaban con la oportunidad que les podía ofrecer el lugar del mundo donde sus habitantes proceden de generaciones migrantes.
Hemos ido creciendo, a partir de nuestra propia historia, reeducándonos en la importancia de convivir en paz entre personas diferentes por su origen, por el tono de su piel, por el idioma y por su forma de vivir. Nos ha costado aceptar, como sociedad, que para una convivencia en paz y la construcción de un país próspero, es necesario una unidad en la diversidad. No nos da tiempo para hacer pedagogía en ese sentido porque ahora, sin remedio, tenemos que defendernos a nosotros mismos. Parece que se puede cumplir la profecía de Bertolt Brecht. Si fuera así, nadie está a salvo.
Tendremos que animar a nuestros gobiernos para que impulsen la unión frente a la amenaza de desestabilización. Tendremos que impulsar acciones en favor del mantenimiento y respeto a los valores humanos más elementales. En definitiva, tendremos que hablar para no ser cómplices silenciosos de la destrucción de nuestra cultura democrática.